Oriente seguiría su andadura como Imperio Bizantino, pero la antigua gloria imperial nunca se recuperaría. Lo más cercano que se estuvo a ese objetivo, fue cuando el emperador Justiniano, con su causa Recuperatio Imperii, intentó reunificar el Imperio. Logró conquistar Italia, África y el sur de Hispania. Pero esas conquistas duraron pocos después de su muerte, y además los bizantinos debían hacer frente a su principal problema, que era el avance imparable del Islam. Perdieron Egipto, Siria y Palestina. Ahora el Imperio Bizantino sólo comprendía Grecia y Asia Menor, pero eso iba a cambiar con la invasión de los turcos selyúcidas, recientemente convertidos al Islam. El grueso del ejército imperial bizantino fue destruido en el año 1071. Desde ese momento, la decadencia bizantina era evidente, aunque se prolongó mucho debido a las formidables defensas de Constantinopla, que resistió impertérrita, hasta que al fin cedió a los turcos del sultán Mehmet. Así perecieron los últimos vestigios del Imperio Romano.
El Imperio que hombres como Escipión el Africano, Julio César, Cayo Mario o Pompeyo ayudaron a levantar se había hecho añicos. Lejos quedan ya todos sus actos, los ecos de lo que hicieron. Por eso escribo todo esto. Todas mis entradas obedecen a hacer un homenaje a la obra de todos estos grandes hombres, y a evitar que esos hechos caigan en el olvido. Pues en verdad nosotros somos romanos, somos descendientes de su cultura. Lengua, política, religión, literatura, derecho… Todo ello lo hemos recibido de Roma, por ello me parece tan importante recordar su historia, y la de los grandes hombres que la escribieron, ya sea con sangre en el campo de batalla o con palabras en la Curia del Senado. Ustedes mírense en el espejo, y verán a un romano. Aprendan su historia, y aprenderán sus errores para no cometerlos, y su aciertos para repetirlos. Nosotros somos romanos, y si por un momento guardan silencio oirán las voces de Escipión, Julio César, Cayo Mario, Augusto, Pompeyo, Catón, Tiberio Graco, Craso, Fabio Máximo, Aníbal, Vercingétorix, a través del tiempo y la distancia, cantando sus gestas, para que las tengamos siempre presentes, pues hasta los enemigos de Roma contribuyeron a forjarla tal y como es. Escúchenles, y difundan sus hechos, que estos nombres no caigan en el olvido, que sean inmortales…
Y esto es todo lo que quería decirles sobre el Imperio Romano, que ha sido no poco, y espero que hayan disfrutado tanto leyéndolo, como yo escribiéndolo. Pero esto no es el final, seguiré escribiendo, aunque tal vez no muy asiduamente sobre otros temas que no tienes por qué ser históricos. Siempre estoy abierto a sugerencias que hagan. Hasta muy pronto queridos lectores. ¡Ave César!
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