Mitrídates
era ahora el principal enemigo de la República, y había que enviar
inmediatamente legiones hacia Oriente. Hubo un intenso enfrentamiento entre
Mario y Sila por ver quién tendría el mando.
Nos
encontramos en el año 89 a.C., y la guerra contra los rebeldes samnitas no
había terminado. Sila había conseguido enormes victorias contra ellos y los
había hecho retroceder hasta la ciudad de Nola, la cual estaba siendo asediada
por las legiones de Sila. Él era ahora el hombre del momento, y Mario más bien
un gloria pasada, pues ya había pasado mucho tiempo desde la guerra de Yugurta
y las invasiones germanas.
Sila
regresó a Roma para presentarse a las elecciones de cónsul. Logró vencer,
siendo cónsul durante el 88 a.C., y aparte del consulado, consiguió también el
ansiado mando de la guerra contra Mitrídates. De modo que pudo volver y
continuar el asedio de Nola.
Esto
no era bien visto por Mario, tuvo que soportar como su enemigo político recibía
el mando de aquella guerra, que él deseaba para sí, y estaba dispuesto a
conseguirlo. Se alió con Sulpicio Rufo, tribuno de la plebe, y juntos lograron
arrebatar a Sila el mando de la guerra, que fue inmediatamente conferido a
Mario.
Cuando
estas noticias llegaron a oídos de Sila, estalló en furia. Entonces tomó una
decisión trascendental para el futuro de Roma. Estaba él al mando de seis
legiones totalmente fieles a él. Así que dejando una de ellas para continuar el
asedio, marchó con las demás hacia el norte, hacia Roma.
Las
noticias no tardaron en llegar, Sila marchaba contra Roma. Era la primera vez
en la historia que un general decidía traspasar las sagradas murallas de Roma
con un ejército armado, en son de guerra. El Senado envió varias embajadas para
intentar lograr la paz. Sila aceptó, pero no era más que una distracción, se
lanzó como un rayo contra la ciudad y entró en ella. Mario y Sulpicio huyeron
de la ciudad. Sulpicio enseguida fue capturado y ejecutado. No obstante, Mario
logró escapar de los matones de Sila, y llegó a África, donde pudo refugiarse.
Sila
mandó derogar todas las leyes promulgadas por Sulpicio y ordenó al Senado que
le volviera a otorgar el mando de la guerra contra Mitrídates. El Senado
obedece, no tiene elección, Sila tenía el control absoluto sobre Roma.
Las
elecciones para elegir a los cónsules del 87 a.C. se celebran bajo la atenta
mirada del nuevo señor de Roma. Los nuevos cónsules son Cneo Octavio,
partidario de los optimates, y por
tanto del agrado de Sila, y Lucio Cornelio Cinna, partidario de los populares. Esta elección disgustó mucho
a Sila, pero respetó la voluntad del pueblo. Eso sí, antes de partir hacia
oriente, dejó bien atados todos los cabos, para evitar que sus enemigos
volvieran en su ausencia.
De
ese modo, aquel 87 a.C., Sila toma sus legiones y desembarca en Grecia, donde
las ciudades se le rinden a él, excepto Atenas. La famosa ciudad griega estaba
muy crecida en su recién adquirida independencia y se mostraba arrogante. Sila
no tuvo piedad. Sometió la ciudad a un brutal asedio y cuando la conquistó en
el 86 a.C., las legiones arrasaron literalmente la ciudad.
Posteriormente Sila marchó al norte, donde había desembarcado un ejército póntico enviado por Mitrídates. Sila se enfrentó en la batalla de Queronea a más de 100.000 hombre, que casi triplicaban su ejército. Aun así, con su ingenio militar, y el uso de artillería y trincheras, logró frenar su avance y aniquilarles. Casi todos los soldados pónticos fueron masacrados.
Posteriormente Sila marchó al norte, donde había desembarcado un ejército póntico enviado por Mitrídates. Sila se enfrentó en la batalla de Queronea a más de 100.000 hombre, que casi triplicaban su ejército. Aun así, con su ingenio militar, y el uso de artillería y trincheras, logró frenar su avance y aniquilarles. Casi todos los soldados pónticos fueron masacrados.
Al
año siguiente Mitrídates envió otro ejército, al que Sila se enfrentó en
Orcómeno, una fuerza el doble de numerosa que la suya. Nuevamente su ingenio
militar acorraló a los atemorizados pónticos, que también fueron masacrados.
Tras
estas dos derrotas, Mitrídates estaba prácticamente vencido, y decidió
parlamentar con Sila. Éste tenía mucha prisa por acabar la guerra, pues sus
enemigos políticos habían regresado a Roma y le habían condenado a muerte. Sila
y Mitrídates llegaron al pacto de no continuar la guerra, y Mitrídates a cambio
devolvería a Roma todos los territorios en Asia que había conquistado. Así,
termina la primera guerra mitridática en el 85 a.C. Los habitantes de la
provincia de Asia, serían sufridores de una brutal venganza por haberse
rebelado contra Roma, en forma de más abusivos impuestos.
Pero
volvamos al año 87 a.C. para conocer lo que ocurrió en Roma en ausencia de
Sila. Los dos cónsules, Octavio y Cinna, estaban muy enfrentados entre sí,
hasta tal punto que estalló la guerra entre ellos. Octavio expulsó a Cinna de
la ciudad. Cinna, humillado, se dirigió hacia el sur, hacia Nola, que seguía
siendo asediada por una legión. Logró que esa legión se uniera a su causa.
También consiguió que Mario regresara de África con un nuevo ejército.
Así,
los dos juntos marcharon sobre Roma y se hicieron con la ciudad. Allí se
vengaron de todos los partidarios de Sila, cometiendo grandes masacres. Entre
ellos, fue asesinado el cónsul Octavio.
La
ciudad estaba ahora en manos de los populares, y para el año 86 a.C, Mario y
Cinna fueron elegidos cónsules. Pero poco tiempo después, Mario murió por causas
naturales, en su séptimo consulado.
Hasta
el 84 a.C., Cinna sería elegido cónsul, junto con Cneo Papirio Carbón, de modo
que concatenó tres años de consulado. Durante ese tiempo se dedicaría a
preparar su ejército para el inminente regreso de Sila, que había vencido a
Mitrídates. No obstante, cuando se aprestaba a desembarcar en Grecia para
sorprender a Sila, su ejército sufrió un motín y fue asesinado, por lo que
Papirio Carbón quedó solo en su liderazgo popular.
Aunque también apareció en escena el joven Mario, hijo del Mario siete veces
cónsul, que participó como general en la guerra contra Sila.
Sila
no estaba solo, tuvo muchos apoyos. Uno de los más importantes fue Marco
Licinio Craso, un hombre extremadamente rico, cuyo padre había sido asesinado
cuando los populares se hicieron con
Roma en el 87 a.C. Él estaba exiliado en Hispania, pero empleando su dinero,
formó un ejército y marchó hacia Grecia para unirse a Sila.
Finalmente,
en el 83 a.C., Sila desembarca en Italia. El hijo de Pompeyo Estrabón, Cneo
Pompeyo, decide unirse a Sila. Recluta un ejército en Italia y marcha para
unirse a él. Por el camino, logró grandes victorias sobre los ejércitos populares, logrando así gran fama.
En el año 82 a.C., Papirio Carbón y el joven Mario fueron elegidos cónsules. Mario logró que los samnitas se unieran a su causa, pero no fue suficiente. Los ejércitos populares y samnitas fueron vencidos en sucesivas batallas. La última batalla se libró frente a Roma, y dejó a Sila como vencedor absoluto. Sólo quedaba el joven Mario acorralado en la ciudad de Praeneste. Allí fue asesinado y la ciudad se rindió a Sila.
En el año 82 a.C., Papirio Carbón y el joven Mario fueron elegidos cónsules. Mario logró que los samnitas se unieran a su causa, pero no fue suficiente. Los ejércitos populares y samnitas fueron vencidos en sucesivas batallas. La última batalla se libró frente a Roma, y dejó a Sila como vencedor absoluto. Sólo quedaba el joven Mario acorralado en la ciudad de Praeneste. Allí fue asesinado y la ciudad se rindió a Sila.
Roma
estaba totalmente a merced de Sila. La guerra había acabado. Papirio Carbón
huyó a África, y los que no lo hicieron lo pagaron caro. Sila redactó unas
largas listas de proscritos, donde aparecían todos sus enemigos, partidarios de
Mario y Cinna, se les ejecutaba y se les confiscaba sus bienes. Así, se desató
en Roma una orgía de sangre y muerte, los cazarrecompensas florecieron por
doquier, matando a proscritos a cambio de una buena paga.
Uno
de los objetivos de Sila era el joven Cayo Julio César, quien era sobrino de
Mario y estaba casado con Cornelia, la hija de Cinna. Sus vínculos familiares
con los populares le convertían en
objeto de las persecuciones. No obstante, Sila se apiadó de él, y le ofreció
dejarle con vida a cambio de divorciarse de su esposa. Inesperadamente, César
rehusa y se ve obligado a esconderse de los matones de Sila. Entonces, la madre
de César, Aurelia Cota, que era amiga de Sila, intercede por él y logra que le
perdone la vida. Sila cedió muy a regañadientes, afirmando que había diez
Marios en el joven César. Él, por su parte, y no de acuerdo con el gobierno de Sila,
decide marcharse de Roma y servir en las campañas de Oriente.
Cuando
las cosas en Roma se calmaron, Sila debía pensar en el futuro, qué hacer con la
ciudad. Decidió autonombrarse dictador indefinidamente. Durante unos años, se
dedicó a elegir a dedo los cónsules que le convenían. E hizo una profunda
reforma del sistema de magistraturas de la República de Roma. Uno de los puntos
más destacables fue que, para evitar que muchos populares pudieran acceder a puestos relevantes, los que ocupasen
el cargo de tribuno de la plebe, no pudieran optar posteriormente a otras
magistraturas, ni tampoco promulgar leyes. De esta manera vetaba el consulado a
los tribunos de la plebe.
Durante la dictadura de Sila, César estuvo destinado en la isla griega de Lesbos, cuya capital Mitilene aún se oponía al asalto de las legiones romanas. César logró el apoyo del rey Nicomedes de Bitinia, que proporcionó gran parte de su flota. Con ella, las legiones romanas asaltaron Mitilene y tomaron la ciudad. César se ganó la corona cívica gracias a sus actos heroicos durante el asalto. No regresó a Roma hasta que Sila muriera.
Pompeyo realizó varias campañas para borrar definitivamente a los últimos partidarios de Mario. En el 82 a.C. fue a Sicilia y rápidamente tomó la isla bajo su poder. Capturó a Papirio Carbón y lo ejecutó. Al año siguiente desembarcó en África y reconquistó la provincia, consiguiendo grandes éxitos militares. Tras lo cual, regresó a Roma y solicitó a Sila que le concediera un triunfo. Sila se negó, y Pompeyo decide no licenciar su ejército y amenazar con marchar sobre Roma. Sila no tiene más remedio que ceder y concederle el triunfo. Pompeyo era ahora el hombre del momento, la gente le aclamaba por todas sus victorias. Recibió el sobrenombre de “Magno”, intentando compararse con el conquistador macedonio Alejandro Magno, e incluso imitando su corte de pelo.
Durante la dictadura de Sila, César estuvo destinado en la isla griega de Lesbos, cuya capital Mitilene aún se oponía al asalto de las legiones romanas. César logró el apoyo del rey Nicomedes de Bitinia, que proporcionó gran parte de su flota. Con ella, las legiones romanas asaltaron Mitilene y tomaron la ciudad. César se ganó la corona cívica gracias a sus actos heroicos durante el asalto. No regresó a Roma hasta que Sila muriera.
Pompeyo realizó varias campañas para borrar definitivamente a los últimos partidarios de Mario. En el 82 a.C. fue a Sicilia y rápidamente tomó la isla bajo su poder. Capturó a Papirio Carbón y lo ejecutó. Al año siguiente desembarcó en África y reconquistó la provincia, consiguiendo grandes éxitos militares. Tras lo cual, regresó a Roma y solicitó a Sila que le concediera un triunfo. Sila se negó, y Pompeyo decide no licenciar su ejército y amenazar con marchar sobre Roma. Sila no tiene más remedio que ceder y concederle el triunfo. Pompeyo era ahora el hombre del momento, la gente le aclamaba por todas sus victorias. Recibió el sobrenombre de “Magno”, intentando compararse con el conquistador macedonio Alejandro Magno, e incluso imitando su corte de pelo.
Sin
embargo, todo el imperio no estaba pacificado aún. Quedaba Hispania aún en
manos de Sertorio, partidario de Mario. Sertorio se había aliado con los
celtíberos y controlaba gran parte de la península. Sila envió a Metelo Pío
para recuperar la provincia, aunque no logró conseguir victorias
significativas.
Finalmente,
en el año 79 a.C., Sila abdicó de su cargo como dictador y devolvió el poder al
pueblo de Roma, tras haber acometido muchas reformas. Se retiró de Roma a su
villa en la Campania, donde murió al año siguiente por causas naturales.
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