Paralelamente
a estos acontecimientos, antiguas amenazas crecían en Oriente. Pues no olvidemos
que el rey Mitrídates no estaba totalmente derrotado. Seguía gobernando en
Ponto. Desde allí, y mientras los romanos luchaban entre sí, Mitrídates se
estaba rearmando. En el 83 a.C., el general Murena se percató de esto y decidió
hacer una invasión preventiva, que resultó ser un fiasco y tuvo que retirarse. Estos
actos serían conocidos como la segunda guerra mitridática, aunque sus
implicaciones históricas son realmente escasas.
Años
después, en el 74 a.C., mientras Pompeyo luchaba en Hispania contra Sertorio, Mitrídates
hizo un pacto con Sertorio, por el que éste debería ayudar al monarca a
entrenar su ejército al estilo romano. Este hecho hizo disparar las alarmas de
la República, pues era ciertamente preocupante que enemigos comunes
confabularan contra ella. Fue así como se decidió preparar un ejército e invadir
Ponto para acabar con Mitrídates de una vez por todas.
El
encargado de tal empresa fue el cónsul Lucio Lúculo, junto con su colega Marco
Aurelio Cota. Desembarcaron en Asia, y comenzaron su campaña contra Mitrídates.
El comienzo fue un desastre, Cota y su armada fueron derrotados por las fuerzas
de Mitrídates, aunque afortunadamente Lúculo se puso en marcha para rescatar a
su compañero. Entonces, Mitrídates cambió de planes, puso rumbo sur hacia la
provincia romana. Esta vez las cosas no resultarían ir tan bien como en su
primera vez. Lúculo se dedicó a hostigarle desde lejos, cortando sus líneas de
suministros y desgastando sus fuerzas. Al final, cuando llegó el invierno tuvo
que retirarse a su reino.
Al
año siguiente, Lúculo invade Ponto con gran éxito, Mitrídates es derrotado
varias veces, hasta que finalmente, en el 71 a.C., prácticamente todo el reino
estaba bajo dominio romano. Mitrídates escapó hacia el sur, hacia el reino de
Armenia, gobernado por el rey Tigranes, a quien pidió refugio, y éste se lo
concedió.
Lúculo
inició conversaciones con Tigranes para lograr que éste le entregara a
Mitrídates. Resultaron ser un fracaso, y Lúculo optó por la opción militar e
invadir Armenia. En el 69 a.C., el valiente general romano penetró en el
inexplorado y exótico reino de Armenia, que estaba más lejos de lo que ningún
romano había estado. El país comprendía una extensa franja de terreno, desde
las fronteras de la República, en Asia menor, hasta las fronteras del Imperio
Parto, situado en la actual Iraq. Tigranes gobernaba Armenia en su apogeo, que no
duraría mucho.
Lúculo
se dirigió directamente hacia la capital de Armenia, Tigranocerta. El rey movilizó
inmediatamente al grueso de sus fuerzas para defender la ciudad que llevaba su
nombre. Cuando Lúculo llegó a su objetivo, Tigranes observó lo poco numeroso
que era el ejército romano y se rió. Dijo que eran demasiado numerosos para ser
una embajada, pero demasiado escasos para ser un ejército. Seguro que no le
hizo tanta gracia cuando tuvo que huir de la ciudad con el rabo entre las
piernas. Pues Lúculo arrasó el ejército armenio y también su preciada capital. Desde
entonces, Tigranes y Mitrídates se convirtieron en unos fugitivos, a los que
Lúculo persiguió sin piedad por toda Armenia.
Pero
la suerte de Lúculo estaba a punto de acabarse. En el 68 a.C., cuando estaba a
punto de tomar Artaxarta, una importante ciudad armenia, su ejército se
amotinó. El motivo era las enormes penurias que estaban pasando al estar tantos
años en campaña en aquel extraño país tan lejos de su patria. Habían recorrido ingentes
distancias a lo largo y ancho de Armenia, y para colmo, debido a la política de
Lúculo de tratar bien a la población conquistada, no podían acometer pillajes
para enriquecerse. Todo ello los llevó a declararse en huelga, y Lúculo
permaneció inmovilizado en Armenia desde entonces. Por otro lado, Mitrídates
había regresado a Ponto y había restaurado su poder. Armó rápidamente unas
cuantas tropas, y logró pequeñas victorias contra las guarniciones romanas de
Ponto.
Mientras
tanto, Roma padecía una grave crisis alimenticia. El motivo eran los piratas
del Mediterráneo, que interceptaban los barcos de grano provenientes de
Hispania y Egipto. Este problema se hizo tan grave que se desencadenó una
hambruna, y el pueblo pedía una solución urgentemente. El Senado se hizo eco de
esta situación, y nombró al hombre del momento, a Pompeyo, para que solventase
la situación. Además, se le destituyó a Lúculo, y se le dio a Pompeyo el mando
de la guerra en Oriente.
En
el 67 a.C., el Senado dotó a Pompeyo de unos recursos ingentes para realizar su
campaña contra los piratas. Contra todo pronóstico y en apenas tres meses,
Pompeyo había barrido a todos los piratas, acabando con este grave problema. Al
año siguiente, se dirigió hacia Oriente para hacerse cargo de las legiones de
Lúculo.
Lúculo
tuvo que regresar a Roma humillado, mientras Pompeyo se volvía hacia el norte,
donde logró derrotar al renovado Mitrídates, quien tuvo que escapar una vez
más. Tigranes rechazó recibirle de nuevo, e inició conversaciones con Pompeyo. Ambos
firmaron un pacto de paz por el que Tigranes seguiría siendo rey, pero Armenia
quedaría subordinada a la autoridad de la República de Roma. Terminó así la
tercera guerra mitridática, en el 65 a.C.
Después
de estos hechos, Pompeyo decidió buscar más gloria y volvió sus ojos hacia
Siria. Aquel reino era todo lo que quedaba del antiguo Imperio Seléucida, cuyo
gobernante más famoso, Antíoco III, ya se había enfrentado a Roma y había sido
derrotado (como ustedes ya recordarán de entradas anteriores). Desde entonces
Siria entró en decadencia, y por aquella época ya no tenía fuerza suficiente
para hacer frente a una invasión. Pompeyo entró en Siria en el 64 a.C. y la convirtió
en una nueva provincia romana. El rey de Siria, Antíoco XIII, escapa pero es
asesinado poco después.
Un
año más tarde, Pompeyo decide seguir avanzando hacia el sur, hacia el reino de
Judea. Allí logra una gran victoria al conquistar Jerusalén. Es entonces cuando
recibe la noticia de que Mitrídates, incapaz de hacer frente ya a los romanos,
se ha suicidado. Pompeyo regresa a Roma, con una multitud de territorios
conquistados. Prácticamente todo Oriente se halla sometido a Roma, salvo el
Imperio Parto, que dará en el futuro más de un quebradero de cabeza.
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