La
Historia es más importante de lo que nos imaginamos. Para muchos, son sólo
anécdotas, cuentos para entretener sin más, pero no hay que tomárselo así. Pues
la Historia ha sido protagonizada por seres humanos reales como nosotros, que
tenían sus virtudes y sus defectos. De ellos sólo nos separa un mayor conocimiento
adquirido en los siglos que nos separan, pero nada más. Si hubiésemos nacido en
esa época, no habríamos sobresalido como seres superinteligentes y avanzados,
seríamos iguales que ellos, porque de hecho los somos.
Y
eso es algo muy importante, ya que nos permite echar una mirada al pasado,
aprender de sus errores y des sus aciertos, y seguir adelante. Porque muchas
veces no nos enfrentamos a situaciones absolutamente nuevas, sino que a lo
mejor ya han sido vividas por alguien hace 2.000 años. Por tanto, saber qué es
lo que él hizo en esa situación nos puede ayudar a tomar un rumbo. Pues la
Historia no es lineal, como muchos creen, es cíclica. Cada cierto tiempo
repetimos el mismo patrón, y esto será así siempre. Así que podemos usar este
hecho en nuestro favor.
Existen
muchos momentos en la Historia que podríamos aplicar en nuestra vida, pero uno
de los más llamativos e imponentes lo constituye la Segunda Guerra Púnica (218
a.C. – 201 a.C.), que enfrentó a Cartago y Roma. Si lo desean, lean las
entradas correspondientes a esta guerra para refrescar la memoria. Cartago y Roma eran las dos mayores potencias del Mediterráneo, y fue lo
más parecido a una Guerra Mundial de la Antigüedad. Roma deberá dar lo mejor de
sí misma para hacer frente a esta inminente amenaza, y sin duda fue una
demostración de autosuperación y valentía digna de ser mencionada.
Los
hechos de esta guerra fueron protagonizados por dos Estados beligerantes, y por
sus respectivos apoyos, pero esto es perfectamente extrapolable al caso de
personas individuales, y a situaciones que no tienen por qué ser una guerra ni
un enfrentamiento violento. Simplemente es cuestión de sacar las virtudes que
llevaron a Roma a la victoria y aprovecharlas tan bien como hicieron ellos.
Año
218 a.C., el resentimiento en Cartago por un anterior conflicto con Roma no tardaría
en desencadenar una segunda guerra. Aníbal tenía este sentimiento muy
arraigado, inculcado por su padre, Amílcar, que participó en la Primera Guerra
Púnica, y se vio obligado a aceptar unas condiciones de capitulación humillantes
para su pueblo. Amílcar, según cuenta la leyenda, hizo jurar a Aníbal odio
eterno a Roma. Cuando Aníbal se hizo mayor, dirigió una campaña militar sin
igual a lo largo de toda Italia, con objetivo de hacer rendirse a su enemigo
principal. El odio fue el primer motivo de esta guerra, a su vez motivado por
la paz de 241 a.C. Y el odio llevó a un ejército inmenso por las costas de
Hispania y la Galia, por los montes Alpes, hasta llegar a las llanuras de Italia.
Aníbal
fue muy hábil, atacar a tu enemigo antes de que pueda reaccionar. Roma fue
pillada por sorpresa, mientras organizaba una expedición a Hispania y otra a
África. Y Roma tomó decisiones precipitadas y rápidas ante esto, lo que habitualmente
conduce al desastre. Tesino y Trebia (218 a.C.), y luego Trasimeno (217 a.C.),
fueron sonadas derrotas romanas a manos de Aníbal en Italia, pero la peor de
todas fue Cannas (216 a.C.), donde se estima que murieron entre 50.000 y 70.000
romanos e italianos. Ya se pueden imaginar ustedes cómo la desesperación se
hacía dueña de las calles de Roma. En apenas tres años, más de cien mil hombres
habían muerto inútilmente, y el enemigo campaba a sus anchas por sus tierras. Seguro
que muchos pensaron en la capitulación, con el fin de intentar salvar su
República. Aníbal también lo pensó, había derrotado a su enemigo
aplastantemente en tres ocasiones, y sólo tendría que esperar sentado a que le
llegara una oferta de capitulación. Cualquier Estado habría aceptado esto, con
el fin de asegurar la continuidad. Probablemente, Aníbal no quería destruir
Roma, sino simplemente humillarla, y convertir Italia en una provincia púnica,
con Capua como capital, que se había pasado al bando cartaginés. Y esa es otra,
los aliados italianos de Roma, sobre todo al sur, empezaron a desertar en masa.
Roma estaba sola, sus legiones aniquiladas, ¿qué podían hacer? ¿Qué salvo
rendirse? Eso era lo más fácil, pero no lo más viable para la mentalidad
romana. Para ellos el único final de una guerra podía ser la capitulación
absoluta de su rival. Este espíritu, aunque tambaleado, siguió adelante, sobre
todo en manos de un importante político: Quinto Fabio Máximo. Este hombre era
de carácter excesivamente prudente, de ahí su apodo Cunctator (El que se retrasa), y logró sacar fuerzas de toda esa
desesperación. Mantuvo la cabeza fría, y pensó en cómo continuar. Bajar la edad
mínima de reclutamiento a 17 años, comprar esclavos a los patricios y darles la
libertad a cambio de servir en el ejército, preparar adecuadamente las defensas
de Roma en caso de un eventual asedio. Así, poco a poco, el espíritu romano se
levantó. Y llegaron a reunir 25 legiones.
Esto
es muy importante, sacar fuerzas de donde no las hay, sacar esperanza, de donde
ésta se ha extinguido, es prueba de una valor enorme, que ojalá que tengamos
nosotros en nuestras vidas, pues esto es un modelo de comportamiento, que nos
lleva a seguir adelante pase lo que pase, y a pesar de los muchos fracasos que
cometamos. Lo bueno que tiene fracasar es que ya sabemos qué no hacer. Y los
romanos lo aprendieron enseguida. Desistieron de atacar directamente a Aníbal,
pues era él invencible en el campo de batalla, e ir recuperando Italia poco a
poco, con el uso de pequeñas acciones militares de desgaste contra Aníbal, a la
vez que llevando legiones hacia otras tierras. La base principal de los
cartagineses estaba en Hispania, y allí llegó el joven Escipión, e hizo frente
a una fuerza muy superior a él, para al final en pocos años acabar con la
presencia cartaginesa en la península. En Sicilia, Marcelo dirigió el asedio de
Siracusa, que había traicionado a Roma, hasta tomarla al cabo de dos años de
asedio. En Grecia, Filipo V de Macedonia había atacado el protectorado romano
de Apolonia debido a su alianza con Aníbal. Allí también fueron enviados
soldados y resistieron la acometida del monarca macedonio. En el norte, en la
Galia Cisalpina, también había guerra, pues los galos de esa zona también se
aliaron con Aníbal. Pero paulatinamente, con toda la presencia militar en todo
tipo de teatros de operaciones, Roma iba recuperando la situación. Las tornas
se cambiaron, Aníbal no podía lograr que Roma le presentara batalla, tampoco
podía recibir refuerzos de Hispania, a causa de la presencia de Escipión,
estaba solo y cada vez más presionado por las legiones. Los italianos que
habían traicionado a Roma, o se arrepentían y volvían a jurarle lealtad, o eran
sometidos por las legiones. Finalmente, Escipión desembarca en África, lo que
obliga a Aníbal a abandonar Italia después de muchos años de esfuerzos, para
defender su tierra. Y en las llanuras de Zama, Escipión derrotó a Aníbal. Ante el
inminente asedio de Cartago, su senado inicia negociaciones y se vieron
obligados a firmar una paz todavía más ignominiosa que la de 241 a.C. Aníbal
fue víctima del más abyecto ostracismo, y tuvo que exiliarse, sin haber logrado
su objetivo.
Todo
esto nos da una lección, una sencilla lección: siempre hay esperanza, SIEMPRE.
¿Acaso alguno de ustedes ha vivido una situación peor que la que vivió la
República de Roma después de Cannas? Seguramente muy pocos, pues aprendamos a
no rendirnos, y a cambiar de estrategia. No hay otra alternativa que la
victoria, simplemente no la hay, es la única vía. Ésa debería ser la máxima que
se rigiera durante nuestra vida. Pues recuerden lo que dije en la última
entrada, somos romanos, luego apliquemos sus éxitos, y evitemos sus fracasos.
Y
esto es sólo uno de los miles de ejemplos que podemos encontrar en la Historia,
no sólo la de Roma, sino en general. Siempre habrá enseñanzas mucho más útiles
que las de cualquier manual de filosofía o religión, pues estos hechos
históricos, han sido llevados a la práctica, y comprobado su fiabilidad. Déjense
llevar por la Historia…
Por
último, quería mencionar, con permiso de Peter Jackson, un texto sacado de la
película Las dos Torres, que viene muy a cuento con el tema que he tratado hoy.
¡Saludos!
“Lo sé,
ha sido un error, no deberíamos ni haber llegado hasta aquí, pero henos aquí,
igual que en las grandes historias, señor Frodo, las que realmente importan,
llenas de oscuridad y de constantes peligros, esas de las que no quieres saber
el final, porque ¿cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que
era después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final, todo es pasajero,
como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba, para dar paso a un nuevo día,
y cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que
llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aún cuando eres demasiado
pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo, ahora lo
entiendo. Los protagonistas de esas historias, se rendirían si quisieran, pero
no lo hacen, siguen adelante, porque todos luchan por algo.”