La
guerra estaba durando demasiado, los recursos de ambos barcos se estaban
empezando a agotar. El Senado de Roma decidió acabar con esta guerra de una vez
por todas, que había durado hasta la fecha casi 10 años, corría el año 256 a.C.
Los cónsules de aquel año, Marco Atilio Régulo y Lucio Manlio Vulso Longo,
reunieron una gran flota, y un poderoso ejército con el ánimo de invadir África
para intentar forzar una rendición, o aniquilar por completo Cartago.
Los
cartagineses, conocedores de estas pretensiones, debían evitar esto. Por ello
reunieron otra gran flota, y zarparon para intentar detener el avance romano.
Ambas flotas se enfrentaron en la batalla del cabo de Ecnomo. Las trirremes y
quinquerremes romanas adoptaron una formación en triángulo, en cuyo centro se
encontraban las naves de transporte de tropas hacia África, con el fin de
escoltarlas. Una vez más, como ocurrió en otras batallas navales, el corvus fue decisivo. Muchos barcos
púnicos fueron abordados y capturados, otros hundidos, y el resto huyó, fue una
victoria absoluta sobre la armada púnica. Tras la batalla, regresaron a la
costa para reparar las naves, y posteriormente volver a zarpar rumbo a África.
Las
naves romanas avanzaban por el Mediterráneo. Al fin se divisó una línea de
tierra: África. Habían llegado a su objetivo. Rememorando la pasada campaña de
Agatocles, los romanos iban a pisar suelo africano, para enfrentarse contra su
enemigo en su propio territorio. Una acción valiente, aunque muy temeraria.
Así, lograron poner pie en las costas africanas y establecer su base de
operaciones.
Cartago
inmediatamente mandó un ejército para detenerles, era bastante inferior en
número con respecto a sus enemigos. En contrapartida, llevaban elefantes, un
arma muy temida. Ambos ejército se enfrentaron en la batalla de Adys. Los
romanos hicieron un ataque sorpresa sobre su campamento, impidiéndoles usar de
manera efectiva sus elefantes. El ejército púnico fue destruido y hubo pocos
supervivientes.
Tras
esta batalla, la guerra parecía que se acercaba a su fin, Régulo intentó firmar
un acuerdo de paz que beneficiaba claramente a Roma, sin éxito. Vulso Longo
volvió a Roma, por lo que al año siguiente, Régulo tuvo que enfrentarse solo a
los cartagineses.
Cartago
hizo llamar a unos mercenarios griegos, entre ellos estaba el espartano
Jantipo, quien sería el encargado de comandar el nuevo ejército cartaginés.
Poseía un gran cuerpo de caballería y numerosos elefantes de guerra. Jantipo y
Régulo se enfrentaron en la batalla de Brágadas, en el año 255 a.C. El poderoso
cuerpo de elefantes destrozó la infantería romana, mientras que la superior
caballería púnica, rebasó los flancos romanos, rodeándolos y encerrándolos en
un círculo mortal. La mayoría murió. Unos pocos fueron hechos prisioneros,
entre ellos Régulo, y el resto huyó y fue rescatado por la armada romana.
La
campaña de África había resultado ser un fiasco, donde no se habían hecho más
que perder recursos y vidas. Aquello ponía la guerra en riesgo, y podría haber
supuesto un punto de inflexión en la guerra, pero ambos bandos estaban ya muy
extenuados. Roma hizo en aquel momento lo mejor que podía hacer, tirar para
adelante, sin rendirse. Se habían caído, pero podían volver a levantarse.
La
suerte de Régulo fue horrible. Pasó cinco años prisionero, tras lo cual, fue
enviado a Roma para intentar convencer al Senado de que se firmara la paz, con
el juramento de que volvería después a Cartago. Régulo así lo hizo, pero una
vez en Roma, aconsejó al Senado continuar la guerra. Después, contra la voluntad
de los suyos y haciendo honor al juramento que había hecho, regresó a Cartago
sabiendo lo que le iban a hacer. Fue víctima de grandes torturas, hasta que al
final murió.
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