Las guerras púnicas constituyen unos de los capítulos más importantes e interesantes de la antigüedad. Enfrentaron a las dos mayores potencias del Mediterráneo Occidental: Roma y Cartago. Fue un periodo crítico donde cada rival daría lo mejor de sí para reducir al adversario. No obstante, antes de analizar en profundidad las guerras púnicas, deberemos conocer algo más de cómo eran Roma y Cartago.
Cartago:
Cartago, ciudad situada cerca de la actual Túnez, fundada por fenicios hacia el siglo IX a.C. Su nombre proviene del fenicio Qart Hadasht (Ciudad Nueva). Siguiendo la tradición de sus fundadores fenicios, los cartagineses se enriquecieron gracias al comercio y forjaron un imperio marítimo y comercial.
Este imperio estaba defendido por la temible armada púnica*, compuesta por barcos de remos, que cada vez eran más grandes. El navío púnico estándar era el trirreme, y posteriormente se incorporaría el quinquerreme. Sus nombres hacen referencia a las filas de remeros que poseen. Ejemplo: trirreme, tres filas de remeros. Estos barcos poseían una protuberancia en la proa, bañada en bronce, conocida como espolón. Era una especie de ariete, cuya función era abrir un boquete en la nave enemiga embistiéndola, y mandarlos a pique. Esta técnica era toda una ventaja en las batallas navales. Sin embargo, es fundamental una enorme destreza para poder manejar con efectividad estas armas. La dificultad de embestir a las naves con éxito residía en que se debía evitar chocar con un ángulo mayor a 60o. Si esto sucedía, el barco corría el riesgo de quedarse atascado en el barco enemigo, y sufrir la misma suerte que él. De modo que, a pesar de disponer de espolones, no siempre podían usarse con eficacia. No era el caso de los cartagineses, cuya destreza en la mar era absoluta, y por ello era tan temida la armada púnica.
Pero todos estos barcos necesitaban un lugar donde resguardarse: el puerto de Cartago, una de las maravillas arquitectónicas más impresionantes de aquellos tiempos. Incluso ahora quedan restos de aquel magnífico puerto. Constaba de dos partes. Una de ellas era un puerto circular, que estaba destinado sólo para uso militar. Albergaba las numerosas trirremes y quinquerremes de la armada púnica. En el centro del círculo había una isla que también se usaba para ubicar los muelles, de modo que se aprovechaba muy bien el espacio del puerto circular. Éste, a su vez, estaba conectado a un puerto de forma rectangular, que tenía sólo uso comercial. Después, el extremo de éste rectángulo conectaba con el mar Mediterráneo mediante una ancha salida, que estaba resguardada por cadenas.
Gracias a toda esta eficacia naval, Cartago extendió sus dominios desde las costas del norte de África, hasta Sicilia, Córcega y Cerdeña. El poderío de Cartago era indudable. No obstante, todas esas posesiones era necesario defenderlas. Para ello, Cartago disponía de un ejército profesional mercenario, que recibían su paga a cambio de luchar.
Ya en el siglo IV a.C., Cartago tuvo que soportar la invasión de Agatocles, rey de Siracusa (colonia griega de Sicilia), fue una de las mayores amenazas que sufrió Cartago en su propio territorio. Los cartagineses se hallaban sitiando Siracusa, y Agatocles contraatacó llevando un ejército a África, con notables éxitos iniciales. Aunque finalmente, las dificultades que pasaba el ejército de Agatocles, le obligaron a firmar un acuerdo de paz por el que se repartían Sicilia, y él abandonaba África. Cartago podía entonces respirar tranquila, pero no por mucho tiempo.
Cartago era una república, similar a la romana, su órgano principal era el Consejo de los 104, formado por aristócratas de la ciudad. Además había dos sufetes, que tenían el control de la ciudad. Esa magistratura era anual y se hacía por sufragio.
Roma:
Roma era una ciudad situada a la orilla del Tíber, fundada en el año 753 a.C. por Rómulo y Remo, según la leyenda. Rómulo fue el primer rey de Roma, y después de él le sucedieron otros tres reyes romanos. Fue entonces cuando Roma fue ocupada por los etruscos, y tuvo que soportar el reinado de tres sucesivos reyes etruscos. La población romana se rebeló en el año 509 a.C. contra el rey Tarquinio el Soberbio y expulsaron a los etruscos de la ciudad.
Aquel año se estableció una nueva república. Debido al odio que profesaban los romanos hacia los reyes, la diseñaron para evitar una excesiva acumulación de poder en un solo individuo. El magistrado supremo era el cónsul. Se trataba de una magistratura compartida por dos patricios (aristócratas). Desempeñaban la función que anteriormente hacía el rey, pero eran elegidos anualmente por sufragio y tenían derecho a veto el uno sobre el otro. Básicamente tenían control total y eran los encargados de dirigir los ejércitos en caso de guerra. También había un Senado, órgano consultivo heredado de la monarquía, formado por patricios. Por último, tenemos otros cargos menores como cuestores, ediles, etc. A medida que avanzan los tiempos también avanza la república, y los cónsules fueron perdiendo poder en favor del Senado y las otras magistraturas. También se avanzó más creando la Asamblea de la plebe y los tribunos de la plebe, cuyo objetivo era defender los derechos de los plebeyos (clases bajas). Con el tiempo, estos plebeyos pudieron acceder al Senado y al consulado.
Además, en caso de que Roma sufriera una grave emergencia y fuese necesaria la actuación de un líder con poder absoluto, el Senado podía nombrar a un dictador, y a un magister equitum, jefe de la caballería. Su objetivo era sacar a Roma de esa emergencia, y devolver el poder al Senado pasados seis meses.
Roma fue iniciando un proceso de expansión por el Lacio, y posteriormente por el resto las ciudades italianas, e incluso las colonias griegas de más al sur, en la Magna Grecia, dominando casi por completo la península itálica, salvo por los galos del norte, que durante años habían aterrorizado con sus incursiones a las poblaciones italianas. E incluso en una ocasión tomaron Roma, y sólo la liberaron a cambio de un fuerte rescate.
Roma sufrió una invasión griega, similar a la perpetrada por Agatocles contra Cartago, perpetrada por Pirro, rey del Épiro (Grecia). Este rey desembarcó en Italia y derrotó a las legiones romanas en Heraclea (año 280 a.C.), aunque con numerosas pérdidas en su ejército (de ahí la expresión victoria pírrica). Aun así, logró que se le unieran muchos pueblos italianos, por su odio común a Roma, sobre todo samnitas, apulios, brucios y lucanos. Y juntos avanzaron al norte, hacia Roma. Pero cuando Pirro estaba a poca distancia de la ciudad, un nuevo ejército romano que volvía del norte se abalanzó contra ellos. Pirro no se arriesgó y marchó al sur a pasar el invierno. Al año siguiente, los romanos volvieron a ser derrotados. Por suerte, Pirro se vio obligado a ir a Sicilia a auxiliar a sus aliados griegos de una invasión cartaginesa. Cuando hubo terminado el conflicto, Pirro volvió a Italia y fue derrotado en la batalla de Benevento (año 275 a.C.), lo que le obligó a regresar al Épiro para siempre. Los romanos por fin habían logrado acabar con aquella amenaza, no sería la última, ni la más sangrienta.
Por aquel entonces, a pesar de la preponderancia de Roma en Italia, sólo era una ciudad-estado más del Mediterráneo, una potencia emergente, con un ejército ciudadano no profesional. No se imaginen a los típicos legionarios que aparecían en las películas de Hollywood, no. Cada soldado hacía frente al coste de su armadura, por lo que sólo podrían integrarse en la unidad del ejército que le permitiera su fortuna. Los más pobres eran integrados en los velites. Provistos de escaso armamento, eran muy ágiles y podían moverse con rapidez, lanzando proyectiles al enemigo y retrocediendo. Después tenemos a la infantería romana propiamente dicha. De entre ellos, los más pobres eran integrados en los hastati, y a medida que su poder adquisitivo aumentaba, se integraban en los principes y después en los triarii. Estos últimos, formaban la infantería romana de élite, muy veterana y fuertemente protegida. Por último tenemos a los équites, la caballería romana, sólo accesible para aquellos patricios que podían permitirse un caballo. A parte de estas unidades, tenemos a los auxilia, eran tropas italianas aliadas, que no procedían de Roma, sino de otras ciudades italianas.
La clásica disposición de las unidades del ejército romano era con los velites al frente, más atrás los hastati, después los principes y por último los triarii en retaguardia. Las alas de la infantería estaban custodiadas por los auxilia, y a su vez las alas de éstos por los équites.
La unidad de división básica en el ejército romano era el manípulo, formado por 160 hombres. Las tropas se desplegaban en el campo de batalla con los manípulos formando en cuadrícula, y destaca mucho la eficacia de esta formación, debido a los grandes pasillos que dejaban entre sí los manípulos. Éstos se usaban para llevar rápidamente tropas de retaguardia a vanguardia o viceversa, evitando que los soldados de primera línea cayeran presos del agotamiento y puedan ser sustituidos. Además estos pasillos favorecían la movilidad individual de cada manípulo, lo que hacía que el ejército romano fuera muy flexible en el campo de batalla.
*Nota: púnico y cartaginés son sinónimos a grandes rasgos. Usaré ambos términos en mis entradas.
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