Pompeyo
llegó al puerto de Alejandría, una de las ciudades más imponentes de la
Antigüedad, con su distintivo Faro, que guiaba a los navegantes. Aquella ciudad
era un crisol de culturas, griegos, egipcios, judíos, etc. Sin embargo, la
belleza de Alejandría no era más que un vestigio del pasado esplendor de
Egipto. Egipto era el último reino helenístico que quedaba, del gran Imperio de
Alejandro Magno. Y desde su muerte, el país había sido gobernado por su
general Ptolomeo y sus sucesivos descendientes. Egipto estaba ya en franca
decadencia, era el sol poniente, mientras que Roma era el sol naciente. El
faraón era un simple niño, Ptolomeo XIII, que estaba tutelado por el eunuco
Potino, era él el que ejercía el gobierno de Egipto de facto. Además, se encontraba en guerra civil con la hermosa y
seductora hermana del faraón, Cleopatra.
Pompeyo
se acercó a los muelles de la ciudad en una pequeña barca, y en cuanto tuvo
delante a Potino, sus propios hombres le asestaron un golpe mortal. Los
conspiradores habían hecho un trato con Potino, quien se había puesto de parte
de César, y pensaba entregarle como regalo la cabeza de su rival, literalmente.
César
llegó poco después a Alejandría, dejando el gobierno de Roma a cargo de
Antonio. Potino le ofreció una cesta que contenía la cabeza de Pompeyo. Lejos
de complacerle, esta acción le horrorizó inmensamente, pues antaño ellos fueron
amigos, familia y aliados políticos, y lo consideró un insulto. Enterró su
cabeza con todos los honores en el templo de Némesis.
Una
vez zanjado este asunto, a César le pareció conveniente arbitrar en la guerra
civil de Ptolomeo XIII contra Cleopatra, y se instaló en el palacio real de
Alejandría. Una noche, le trajeron a César una alfombra enrollada, cuando la
desenrollaron resultó que dentro estaba Cleopatra, y acto seguido se enrollaron
(disculpen el juego de palabras). Lo cierto es que César y Cleopatra se
convirtieron en amantes. Este hecho enfureció mucho a Ptolomeo, quien llamó a las armas a los alejandrinos, y
sitiaron el palacio real.
El
sitio duró varios meses, nos encontramos ya en el 47 a.C. Por suerte, llegaron
refuerzos romanos que lograron expulsar a los sitiadores. Ptolomeo huyó y se
ahogó en el Nilo. Con ello, se ponía fin a la guerra civil de Egipto y
Cleopatra quedaba como reina. No obstante, la guerra civil romana siguió su
curso mientras duraba el sitio de Alejandría, Catón había reunido un
considerable ejército en Útica, y Farnaces, el hijo de Mitrídates, había
invadido Ponto. César decidió partir primero hacia Asia, para enfrentarse a
Farnaces, dejando atrás a Cleopatra, con la que había tenido un hijo llamado
Cesarión.
César
se enfrentó a Farnaces en la batalla de Zela, en la Capadocia, logrando una
victoria rápida y definitiva. Tanto es así que mandó un mensaje al Senado con
su famosa frase “Veni, vidi, vici” (Llegué, vi y vencí). Farnaces logró escapar de
allí.
Después,
era conveniente apagar el último fuego que quedaba. César marchó hacia África a
enfrentarse con Catón, quien había pactado con el rey Juba I de Numidia, y así
logró un ejército muy numeroso, con incluso elefantes de guerra.
En
el 46 a.C., César desembarca en África y asedia la ciudad de Tapso. Entonces,
el ejército republicano, comandado por Metelo Escipión y su aliado Juba I, le atacó.
Su ejército era ligeramente superior en número, y además tenía los elefantes,
que fueron colocados en ambos flancos. Los arqueros de César masacraron a los
elefantes del flanco derecho, mientras que los del izquierdo, atacaron el
centro de la formación de César. Afortunamente, los soldados aguantaron, y
aniquilaron a los elefantes. Ahora, con su superioridad numérica en caballería,
César ganó fácilmente la batalla. Metelo Escipión murió y Juba I se suicidó. Catón
se encontraba en Útica durante la batalla. Al tener noticias de su resultado,
volvió su espada contra sí, y puso fin a su vida.
Ahora
que toda resistencia a su persona había sido aniquilada, César pudo regresar a
Roma y celebrar sus triunfos por sus diversas victorias en la Galia, Hispania, Grecia,
Egipto, Asia y África. Para la ocasión, hizo venir a Roma a su amante Cleopatra, y a su hijo
bastardo, Cesarión. En el desfile triunfal apareció Vercingétorix encadenado,
siendo exhibido como trofeo de guerra, más tarde sería ejecutado.
Ante
esta situación, el Senado nombró a César dictador durante 10 años. Inició
varios cambios en Roma. Realizó algunas obras populares como repartir grano
entre la plebe, rebajar los alquileres, o repartir tierras públicas entre
los pobres. Fomentó la creación de numerosas infraestructuras como caminos, acueductos
y colonias para sus veteranos. También inició reformas políticas que para
algunos estaban encaminadas a consolidarse como rey absoluto y para otros
estaban encaminadas a sanear la República de la corrupción, sea como fuere, el
pueblo romano en su mayoría apoyaba a César.
En
el 45 a.C., César partió hacia Hispania debido a que había estallado una
rebelión republicana encabezada por los hijos de Pompeyo, Cneo y Sexto. Ambos ejércitos
se enfrentaron en Munda. El ejército republicano era casi el doble de numeroso
que el de César, por lo que fue una batalla muy difícil de vencer. Sexto y Cneo
cometieron el error de debilitar uno de los flancos para reforzar el otro, que
estaba siendo duramente atacado, César aprovechó esto para introducir por ahí a
la caballería e inclinar la balanza a su favor. Sexto escapó, pero Cneo fue
capturado y ejecutado. La guerra civil había terminado, y César pudo regresar a
Roma.
En
el 44 a.C., el Senado terminó por nombrarle dictador vitalicio. Ahora César acumulaba
un poder increíble, nunca ostentado por cualquier otro romano. Empezaron a
circular rumores de que pretendía nombrarse rey de Roma, algo que era un
completo sacrilegio. Antonio le ofreció la corona real en dos ocasiones, pero
él la rechazó. Aun así, los rumores continuaban.
En
marzo de aquel año, César se hallaba preparando una nueva campaña contra los
partos. El día 15, los idus de marzo, fue convocado a una sesión del Senado,
que solía reunirse en el teatro de Pompeyo. Los senadores se encontraban
rodeando a César, cuando uno de ellos sacó un puñal y le propinó un corte en el
cuello. César reaccionó rápido y le clavó el estilete que llevaba en la mano. Entonces,
el resto de los senadores se lanzó con sus respectivos puñales, recibiendo
César unas 23 puñaladas, la última de ellas a manos de su hijo adoptivo Bruto. En
ese momento, el pronunció la famosa frase “Tu quoque, Brute, fili mi” (Tú
también, Bruto, hijo mío). Después, César quedó tendido en el suelo, con la toga
manchada por su propia sangre. En un último esfuerzo, se intentó tapar la cara,
para tapar su vergüenza. A los pies de la estatua de Pompeyo, César exhaló su
último aliento.
Cuando
se anunció al pueblo de Roma que César había muerto, lejos de estallar en
alegría, que era lo que los conspiradores esperaban, el pueblo estalló en ira y
se produjeron disturbios en las calles de Roma. Una nueva guerra civil se
avecinaba...
No hay comentarios:
Publicar un comentario