lunes, 30 de julio de 2012

El final de la guerra

El desastre de África había supuesto un duro revés para Roma, pero supo sobreponerse y contraatacar. Al año siguiente, los romanos consiguieron una gran victoria con la toma de Panormos, una importante ciudad cartaginesa en el noroeste de Sicilia. A pasar de los ataques cartagineses, Roma siguió avanzando hacia el oeste.

En esta época se produjeron muchos descalabros en el mar de la armada romana. Y no era a causa de sus enemigos, sino a causa del temporal. Hubo grandes tormentas, y los romanos, inexpertos marineros, no supieron resguardar bien sus naves de los caprichos del dios Neptuno. La armada romana quedó totalmente diezmada, y los cartagineses recuperaban la supremacía en las aguas, aunque no por su propia mano.

La larga guerra que llevaban a cabo Roma y Cartago estaba ya haciendo mella en ellos. Sendas arcas públicas empezaron a vaciarse, y la guerra sufrió un severo estancamiento, cuando los romanos eran totalmente incapaces de tomar Lilibeo y Drepana, situadas en el extremo occidental de la isla, grandes bastiones marítimos, que eran de las últimas posesiones cartaginesas en Sicilia. A pesar de sus ataques, las ciudades resistían impertérritas. Además, el general cartaginés Amílcar, había desembarcado con su ejército en la isla, en el año 247 a.C. Bloquear Lilibeo y Drepana era tarea difícil, la debilidad de la armada romana hacía que los cartagineses pudieran burlar una y otra vez el cerco, y llevar alimentos y refuerzos a los sitiados. E incluso lograron someter a los romanos a derrotas navales.

El estancamiento de la guerra se agudizó. Roma, incapaz de tomar las últimas posesiones cartaginesas. Y Cartago, incapaz de romper el cerco y reconquistar la isla. Amílcar, a pesar de ser un gran estratega, no consiguió victorias decisivas en Sicilia, estaba totalmente rodeado por territorio enemigo, aislado de su patria y sin acceso a provisiones.

La guerra ya había durado demasiado, y era momento de ponerle fin. El Senado decidió construir una nueva flota con la que derrotar a los cartagineses de una vez por todas. Pero había un problema, las arcas estaban vacías. Tuvieron que recurrir a otros métodos de financiación. Pidieron ayuda a ciudadanos particulares, préstamos. Los ciudadanos de Roma correspondieron debidamente e hicieron sus aportaciones voluntarias al erario público. Así, se pudo volver a construir otra flota, con la que intentar lograr una victoria definitiva.

El ejército de Amílcar, aislado, necesitaba provisiones, y Cartago se las envió. Cargó una flota entera y la envió hacia Sicilia. Los romanos debían impedir esto a toda costa. Ambas flotas se encontraron en las islas Égadas. A la superioridad romana gracias al corvus, se le unió el hecho de que los barcos púnicos venían cargados de provisiones. Eran lentos y pesados. Todo ello, provocó una victoria definitva sobre los cartagineses.


Cartago se hallaba en una situación muy delicada, con su armada destruida y Amílcar aislado en Sicilia, no podrían continuar la guerra. Fue entonces cuando decidieron finalmente rendirse y someterse a las condiciones de Roma.

A grandes rasgos, los romanos exigieron el pago de una deuda, en concepto de indemnización de guerra, a plazos durante 50 años, la cesión de Sicilia y la retirada de las islas situadas entre Sicilia y África, además de otras condiciones menos importantes. De ese modo, en el año 241 a.C., se firma la paz y se pone fin a 23 años de guerra. Los romanos podían respirar tranquilos… de momento…

domingo, 29 de julio de 2012

La invasión de África

La guerra estaba durando demasiado, los recursos de ambos barcos se estaban empezando a agotar. El Senado de Roma decidió acabar con esta guerra de una vez por todas, que había durado hasta la fecha casi 10 años, corría el año 256 a.C. Los cónsules de aquel año, Marco Atilio Régulo y Lucio Manlio Vulso Longo, reunieron una gran flota, y un poderoso ejército con el ánimo de invadir África para intentar forzar una rendición, o aniquilar por completo Cartago.

Los cartagineses, conocedores de estas pretensiones, debían evitar esto. Por ello reunieron otra gran flota, y zarparon para intentar detener el avance romano. Ambas flotas se enfrentaron en la batalla del cabo de Ecnomo. Las trirremes y quinquerremes romanas adoptaron una formación en triángulo, en cuyo centro se encontraban las naves de transporte de tropas hacia África, con el fin de escoltarlas. Una vez más, como ocurrió en otras batallas navales, el corvus fue decisivo. Muchos barcos púnicos fueron abordados y capturados, otros hundidos, y el resto huyó, fue una victoria absoluta sobre la armada púnica. Tras la batalla, regresaron a la costa para reparar las naves, y posteriormente volver a zarpar rumbo a África.


Las naves romanas avanzaban por el Mediterráneo. Al fin se divisó una línea de tierra: África. Habían llegado a su objetivo. Rememorando la pasada campaña de Agatocles, los romanos iban a pisar suelo africano, para enfrentarse contra su enemigo en su propio territorio. Una acción valiente, aunque muy temeraria. Así, lograron poner pie en las costas africanas y establecer su base de operaciones.

Cartago inmediatamente mandó un ejército para detenerles, era bastante inferior en número con respecto a sus enemigos. En contrapartida, llevaban elefantes, un arma muy temida. Ambos ejército se enfrentaron en la batalla de Adys. Los romanos hicieron un ataque sorpresa sobre su campamento, impidiéndoles usar de manera efectiva sus elefantes. El ejército púnico fue destruido y hubo pocos supervivientes.

Tras esta batalla, la guerra parecía que se acercaba a su fin, Régulo intentó firmar un acuerdo de paz que beneficiaba claramente a Roma, sin éxito. Vulso Longo volvió a Roma, por lo que al año siguiente, Régulo tuvo que enfrentarse solo a los cartagineses.

Cartago hizo llamar a unos mercenarios griegos, entre ellos estaba el espartano Jantipo, quien sería el encargado de comandar el nuevo ejército cartaginés. Poseía un gran cuerpo de caballería y numerosos elefantes de guerra. Jantipo y Régulo se enfrentaron en la batalla de Brágadas, en el año 255 a.C. El poderoso cuerpo de elefantes destrozó la infantería romana, mientras que la superior caballería púnica, rebasó los flancos romanos, rodeándolos y encerrándolos en un círculo mortal. La mayoría murió. Unos pocos fueron hechos prisioneros, entre ellos Régulo, y el resto huyó y fue rescatado por la armada romana.

La campaña de África había resultado ser un fiasco, donde no se habían hecho más que perder recursos y vidas. Aquello ponía la guerra en riesgo, y podría haber supuesto un punto de inflexión en la guerra, pero ambos bandos estaban ya muy extenuados. Roma hizo en aquel momento lo mejor que podía hacer, tirar para adelante, sin rendirse. Se habían caído, pero podían volver a levantarse.

La suerte de Régulo fue horrible. Pasó cinco años prisionero, tras lo cual, fue enviado a Roma para intentar convencer al Senado de que se firmara la paz, con el juramento de que volvería después a Cartago. Régulo así lo hizo, pero una vez en Roma, aconsejó al Senado continuar la guerra. Después, contra la voluntad de los suyos y haciendo honor al juramento que había hecho, regresó a Cartago sabiendo lo que le iban a hacer. Fue víctima de grandes torturas, hasta que al final murió.

sábado, 28 de julio de 2012

Sicilia, la guerra por tierra y por mar

Sicilia no era una isla fácil de conquistar. El terreno era muy irregular, por lo que los combates se reducían a meras escaramuzas y asedios, en esta guerra no veremos grandes batallas campales y épicas, al estilo de Alejandro Magno en Gaugamela. En este sentido, esta guerra sería menos espectacular que otras, pero no por ello menos sangrienta.
El asedio sería el tipo de acción militar más usado en la guerra. Los romanos se dedicaron a conquistar la isla ciudad por ciudad, llevando una estrategia ofensiva y marcando de ese modo el curso de la guerra. Cartago no hizo otra cosa que defender las ciudades que ya tenía.
Había tres formas de tomar una ciudad. La primera de ellas era el asalto, que consistía en el uso de máquinas de guerra para derribar las murallas o acceder a ellas, e iniciar un combate por toda la ciudad hasta lograr conquistarla. Esto tenía grandes inconvenientes, pues la buena posición de la que gozaban los defensores hacía que se precisara un gran número de hombres para tomar la ciudad, y se producían numerosas bajas.


La segunda forma era el bloqueo. Consistía en rodear por completo el perímetro de la ciudad, cortando las líneas de suministros, y dejando que el hambre forzase una capitulación. Éste método tampoco era nada efectivo, ya que para ello habría que alargar el bloqueo semanas, meses e incluso años, en el caso de algunas ciudades. Evidentemente, si se pretendía conquistar ciudad por ciudad, aquello alargaría la guerra terriblemente. Por otro lado, si la ciudad era costera y tenía puerto, ésta podía recibir suministros y refuerzos de la armada púnica, sin que los romanos pudieran evitarlo.
Por último, el tercer método para tomar una ciudad era la traición; es decir, pactar con algún habitante insatisfecho, para que éste abriese las puertas de la ciudad por la noche, a cambio de una buena suma de dinero. Una vez abiertas las puertas, los romanos emergían de la oscuridad y entraban en tromba a la ciudad, sorprendiendo a los defensores y masacrando a la población.


Ya sea por un método u otro, Roma llevaba la voz cantante en esta guerra, y avanzaba inexorablemente por la isla. Dos años después del desembarco en Sicilia, año 262 a.C., los romanos conquistan la ciudad de Agrigento, aunque con muchas dificultades.
A pesar de la notable superioridad romana en tierra. Por mar no era así, pues se hallaban en una isla, y para recibir suministros y refuerzos, era fundamental el control del mar. Los romanos comprendieron esto, y decidieron fabricar una armada romana. No tenían demasiada experiencia en la construcción de naves militares, pero un suceso fortuito cambió su suerte. Encontraron en las costas italianas una quinquerreme cartaginesa encallada. Tomándola como modelo, los romanos fabricaron multitud de copias, hasta llegar a tener una armada bastante decente. Sin embargo, aquello no era suficiente. No bastaba con tener barcos, hacía falta experiencia, y destreza en la mar para poder manejar aquellas bestias flotantes en el campo de batalla. Afortunadamente, hubo un invento que pudo suplir esta carencia: el corvus.


El corvus era una especie de puente levadizo situado en la proa. Estaba sostenido en posición vertical por un mástil, y podía girar sobre sí mismo. Este puente estaba dotado de unos garfios. Cuando un barco enemigo se aproximaba demasiado. Se giraba el corvus en dirección a ese barco, y se dejaba caer, enganchando entre sí ambos barcos. Los legionarios podían entonces acceder al barco enemigo a pie, abordarlo y apresarlo, aprovechando su superioridad en los combates a pie. De esta manera, convertían una batalla naval en una batalla terrestre, basada únicamente en ir apresando barcos uno tras otro, en vez de embestirlos y hacerlos hundir, como hacían los cartagineses. Con este sencillo invento, los romanos consiguieron una superioridad naval importante. Tanto es así, que casi todas las batallas navales de la guerra, fueran ganadas por los romanos. Consiguieron, con la más ínfima experiencia naval, derrotar a una de las mejores armadas del mundo. La indiscutible superioridad naval cartaginesa, ya no era tan indiscutible. Éste es, a mi juicio, uno de los grandes logros de la primera guerra púnica. Para que nos entendamos, es como si un equipo novato de fútbol venciese por 4-0 a la selección española, algo inaudito.


Así, en el año 260 a.C., a pesar de comenzar con una derrota frente a la armada púnica en las islas Lípari, se obtuvo una victoria en Milas. Y a partir de allí, todo fue una sucesión de victorias navales romanas, y la guerra también se extendió hacia Córcega y Cerdeña. El empuje militar romano, también proseguía por tierra, tomando más ciudades cartaginesas, como Enna, situada en el centro geográfico de la isla, o Misístrato, situada algo más al oeste. De esta manera, el frente de guerra se iba desplazando hacia el oeste, dejando a los cartagineses cada vez más arrinconados en Sicilia.

El desembarco en Sicilia

En fin, me dispongo a retomar el asunto donde la había dejado. En el año 264 a.C. finalmente estalla la guerra contra Cartago. El rey Hierón, a pesar de ser enemigo de Cartago, no tuvo más remedio que aliarse con ellos frente a Roma. Todo estaba dispuesto, pero hacer la guerra en Sicilia no era tan fácil como en un principio podía parecer.
Los romanos tenían un gran problema, Sicilia era una isla, y la única manera de llegar a ella era por mar. Era necesario cruzar el estrecho de Messina, de apenas 3 Km, que separaba las costas de Messina, en Sicilia, de las costas de Rhegium, en Italia. Los romanos se habían extendido únicamente por la península italiana, y nunca habían necesitado cruzar el mar, con lo que no disponían de ninguna flota. Y además de esto, había un problema añadido. El estrecho estaba permanentemente vigilado por la temible armada púnica, aun teniendo barcos, cruzar iba a resultar complicado, por no decir casi imposible. El primer problema lo solventaron acudiendo a los ciudadanos de Tarento (colonia griega del sur de Italia), que proporcionaron barcos a los romanos. Hicieron varios intentos de cruzar el estrecho, aunque todos ellos infructuosos. La armada púnica no cedía un ápice. Una noche, aprovechando la oscuridad, los romanos embarcaron, y sigilosamente, cruzaron el estrecho sin ser estorbados por la armada púnica. Al fin lo habían conseguido, estaban en Sicilia. Acudieron a Messina, y desbarataron el asedio al que las tropas cartaginesas y siracusanas le estaban sometiendo. Desde allí dirigieron su campaña contra Siracusa. Hierón finalmente, ante la imposibilidad de vencer, se rinde y se alía con Roma. Cartago se queda sola en esta lucha.

¿Existe Dios?


¡Saludos de nuevo! He decidido hacer un pequeño inciso en este apasionante tema de las guerras púnicas, para moverme hacia otro ámbito. En mi introducción, además de historia, les prometí filosofía, y lo prometido es deuda. Por lo que me dispongo a hablar de un tema muy controvertido, que incluso hoy en día genera mucho debate: la existencia de Dios.
¿Existe Dios? Respuesta corta: Sí. Respuesta larga: No, con un pero. Disculpen, pero tenía que hacer esta broma relacionada con Los Simpsons. Ahora en serio, vamos a introducirnos en la materia. El que crea que Dios pertenece a la religión, y no tiene nada que hacer en la filosofía se equivoca, pues religión y filosofía a menudo se encuentran. Pero, ¿cómo voy a avanzar en el conocimiento para deducir la existencia o la inexistencia de Dios? Mediante el razonamiento, y la lógica humana. La razón se basa en el principio de causa-efecto; es decir, tengo una causa que me lleva a un lógico e inevitable efecto. Dicho a modo más comprensible: suceso A, yo me emborracho y tomo el coche; suceso B, tengo un accidente. El suceso A sería la causa, y el suceso B el efecto. Pero del mismo modo, el suceso A puede ser el efecto de otra causa, por ejemplo, he bebido porque mi mujer me ha dejado (suceso C). Pero del mismo modo, el suceso C ha podido tener otra causa. Así, nos remontamos en una cadena de causa-efecto. Y puedo seguir la cadena causa-efecto hacia adelante, hacia las últimas consecuencias, o hacia atrás, hacia los primeros principios, si los hubiere. Ya que, podría ser que la cadena causa-efecto sea infinita, que los primeros principios no existieran. Sin embargo, ese tipo de conocimiento nunca sería alcanzable para el ser humano, por lo tanto, hagamos algo que entre dentro de nuestra razón.
A la hora de avanzar en un conocimiento concreto, yo hago un símil con una torre. Primero ponemos las primeras piedras, que son los primeros principios, indemostrables, simplemente los daremos por buenos, y a partir de esos principios, construimos mediante la razón, una torre del conocimiento que nos lleve a una verdad, que estará en la cima de la torre. ¿Pero qué ocurriría si, por ejemplo, uno de los principios que hemos usado, se haya demostrado falso? Esa piedra habría que quitarla, la torre se tambalearía hasta caer, y esa verdad ya no será verdad. ¡Construyamos pues, nuestra torre!
Si seguimos la cadena de causa-efecto, nos encontramos con la creación del universo, el Big Bang, etc. ¿Cuál es el origen del universo? Los creyentes afirman que lo creó Dios. ¿Y qué sentido tiene que Dios sea el creador? Filosóficamente hablando, Dios toma un papel importante como dador del Ser. ¿Qué es el Ser? El Ser es la existencia en sí misma, permite que las cosas sean. Porque de la nada, nada sale. Nos lo dice la Termodinámica, la materia ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Está claro que donde no hay nada, no pueden salir protones, neutrones y electrones, formar átomos espontáneamente y dar lugar a la materia. Tiene que haber algo que le haya dado el ser. Como físicamente es imposible crear materia de la nada, la única manera de que haya una creación, es que exista una entidad que no sólo no física, sino que trascienda lo físico: Dios. Algo no sujeto a las leyes de la física, no sujeto a la termodinámica, al espacio, al tiempo, etc. Pues filosóficamente, tiene sentido que la materia no pueda crearse a sí misma, no puedo demostrarlo, pero resulta evidente. Ahora bien, he descrito a Dios como una entidad filosófica, no al Dios de los cristianos, ni de los judíos, ni de los musulmanes. Y existe mucha diferencia, ya que las religiones conciben a un Dios personal, a semejanza de los hombres, cosa que no tiene por qué ser así, a esos conocimientos no se llega por la razón, sino por la fe. Y, ¿qué es la fe? Podríamos definirla como creer sin pruebas, sin demostraciones. Es una necesidad humana: creer. Yo sí creo, y jamás voy a demostrar lo que creo porque es fe. Pero los que creemos, debemos hacer también un ejercicio de humildad, pues es posible que estemos equivocados, al no tener pruebas. Del mismo modo, afirmar que Dios no existe también es fe, fe en que Dios no existe. La postura más correcta es el agnosticismo, reconocer humildemente que no puedo llegar a ese conocimiento. Pues, aunque la existencia o no de Dios, pueda verse a través de argumentos abstractos y filosóficos como los que yo he hecho, jamás podrá demostrarse de modo científico y certero, ya que algo que no es físico, no puede tratarse mediante la física, cosa que muchos han venido haciendo los últimos años.
Ahora voy a seguir avanzando para intentar averiguar cómo es Dios, y ahí me encuentro con un bache tremendo. No puedo avanzar más, no puedo decir si Dios es bueno, o es malo, si le importamos, si es nuestro padre, etc. Todo eso es fe, no puedo continuar. De modo que voy a bajarme del coche de la razón, y me voy a subir al coche de la fe. Sí, soy consciente de que en este coche voy a ciegas, pues no puedo fundamentar mis opiniones, pero no tengo otro remedio. He terminado mi torre, y voy a continuar, sólo que esta vez construiré un castillo de naipes. Mi concepción de Dios, es algo distinta a la que ofrecen las religiones. Para mí Dios, aparte de ser el arquitecto del universo, es el autor de la moral, algo que considero es muy importante para el ser humano, la distinción entre el bien y el mal. Este hecho es algo que siempre ha sido objeto de debate. Lo ideal sería tener una referencia ABSOLUTA de lo que es bueno y lo que no; es decir, Dios, y no una referencia tan relativa como lo es el ser humano. De alguna manera, Dios es ese modelo de moral a seguir, que se expresa en nuestra conciencia, y nos impulsa a actuar en consecuencia. Pues sin esta referencia, el bien y el mal no existirían. De hecho, no existen como tal en la naturaleza. Por lo demás, prefiero no meterme en otros aspectos, como si Dios es padre, redentor, etc, y otras cosas que afirman las religiones, pues ya creo que nos estamos alejando de la filosofía.
Ahora voy a hacer un ejercicio de humildad. Supongamos que todo lo que he dicho para demostrar la existencia de Dios es una monumental barbaridad, y estoy tremendamente equivocado. La torre se ha caído, pues entonces, construiré otra para demostrar precisamente por qué Dios no existe, y desgranar las consecuencias que ello comportaría.
El papel de Dios como creador del universo es fundamental, tiene que haber un creador para la creación. A no ser que, la creación nunca haya sucedido. A mí me resulta inverosímil, pero es la única manera que tengo de explicar la existencia, sin meter a Dios. La materia es eterna, nunca fue creada, existió siempre, luego no pudo haber ningún creador. Si tomáramos la cadena causa-efecto, y la siguiéramos hacia atrás, jamás daríamos con los primeros principios, toda causa, sería efecto de una causa anterior, y así hasta el infinito. El Big Bang, no sería el momento de la creación, podría tratarse de un universo cíclico, donde la materia se expande, se contrae, sucede el Big Bang y se vuelve a expandir, según afirman algunos científicos. A pesar de que no hemos necesitado a Dios para desarrollar esta teoría, no sería imposible encajarlo ahí, ya que Dios, al no ser una entidad física, no tiene tiempo, y el hecho de un universo eterno sería compatible con su existencia.
Pero bueno, sigamos construyendo la torre en la que Dios no existe. ¿Qué implicaciones tendría? Como ya he dicho, Dios es una referencia de la moral de modo absoluto, sin ella no tengo más que multitudes de referencias, todas ellas relativas sobre la moral, en cada ser humano. ¿Qué me empuja a actuar bien? Nada, pues si Dios no existe, y el bien y el mal, como tal, no son reales en la naturaleza, no son más que inventos humanos, que yo no tengo por qué seguir. Una conclusión parecida a la que llegó el filósofo alemán Nietzsche. Hablaba él de la moral de los fuertes y la moral de los débiles. Éstos últimos usaban su moral (la del bien y el mal) para defenderse de los fuertes. “Si me haces daño, irás al infierno”. De ese modo, los débiles se defendían. Ahora que sé que esto, no tengo que hacer el bien o el mal, sino lo que más me convenga, teniendo en cuenta, eso sí, que hay leyes, y quebrantarlas puede ir en contra de mis intereses. Sí, se lo que están pensando, es una moral muy cruel, pero es así, es la conclusión a la que llego.
Soy consciente de que la mayoría de los ateos no actúan así, sino que siguen intentando hacer el bien, que es lo que se les ha inculcado de pequeños. Lo cual me satisface a mí, que compartan la moral del bien y del mal, aunque según lo que he dicho sea un poco contradictorio hacia lo que piensan.
En definitiva, ¿existe Dios? Dígamelo usted. Si antes de leer esto usted era creyente, probablemente lo siga siendo, y si será ateo, probablemente lo siga siendo también. Aun así, es interesante y enriquecedor plantearse estos temas. La pregunta “¿existe Dios?”, ha generado muchas discusiones, y nunca responderemos a esa pregunta de modo convincente para que lo creamos todos, del mismo modo que nos creemos que la Tierra gira alrededor del Sol. No obstante, no debemos dejar que esta pregunta sea motivo de odio y desprecio entre las personas. 

El inicio de una guerra

El estallido de esta primera guerra entre las potencias de Roma y Cartago, se debió a motivos ajenos a ellas. Concretamente la causó Siracusa, gobernada por el Rey Hierón II. Ésta colonia griega tenía el dominio de la zona oriental de Sicilia, mientras que la oriental estaba en manos de Cartago. Los mamertinos, mercenarios provenientes de Italia se hallaban en guerra con Hierón. Éstos se atrincheraron en la ciudad de Messina, tras una derrota. Hierón se prepara para marchar contra ellos. Los mamertinos, en notable inferioridad, piden ayuda a Cartago. No obstante, sólo se la ofrecieron a cambio de mantener una guarnición cartaginesa en Messina. Esto no gustó a los mamertinos, quienes solicitaron ayuda a Roma. Ésta accede, estallando de este modo una brutal guerra que duraría más de veinte años.


Romanos y cartagineses siempre habían sido buenos amigos. Mantenían fructuosas relaciones comerciales, e incluso lucharon conjuntamente contra el rey Pirro. Aunque ahora los tiempos estaban cambiando, ya sea por éste o por otro motivo distinto, la confrontación entre estas dos ciudades era inevitable. Lo hemos visto en muchas otras ocasiones en la historia, dos grandes potencias, que no pueden coexistir, y que sólo una puede salir venciendo. El caso más parecido es la Guerra Fría, donde al igual que en nuestro caso, teníamos dos potencias, la URSS, y EE.UU., y sólo podía quedar una. Ésta es una tendencia natural en la historia, por ello afirmo que, ya sea por el asunto de los mamertinos, o por otro distintos, Roma y Cartago habrían caído en un choque de intereses que desembocaría en una guerra.
Legendariamente, Roma y Cartago estaban predestinadas a luchar. La Eneida de Virgilio nos cuenta cómo Eneas, superviviente de Troya, y Dido, la fundadora de Cartago, tuvieron un romance. Posteriormente, Eneas es requerido por Júpiter para ir al Lacio, donde se establecerá, y sus descendientes, Rómulo y Remo, fundarían Roma. Dido, afligida por la pérdida de su amado, se suicidó, según nos cuenta Virgilio en su Eneida. Los últimos datos señalan que esto sería imposible, ya que la fundación de Cartago sucedió en torno al año 800 a.C., y la guerra de Troya ocurrió cientos de años antes. En Roma había un afán por ligar su origen con las leyendas de Homero, y a su vez ligarlas también con el origen de Cartago, creando la paradoja de que años después, estas dos potencias tuvieran que mantener un enfrentamiento militar de dimensiones épicas. Se trata de una triple coincidencia, que como ya demuestran los datos históricos, es probablemente falsa, como muchas de las leyendas. Dido y Eneas no pudieron haberse conocido. Por otro lado, la Eneida no es más que una versión romana de la Odisea. Al fin y al cabo, un pasado legendario, era lo que correspondía a una ciudad tan poderosa como Roma.

Cartago y Roma

Las guerras púnicas constituyen unos de los capítulos más importantes e interesantes de la antigüedad. Enfrentaron a las dos mayores potencias del Mediterráneo Occidental: Roma y Cartago. Fue un periodo crítico donde cada rival daría lo mejor de sí para reducir al adversario. No obstante, antes de analizar en profundidad las guerras púnicas, deberemos conocer algo más de cómo eran Roma y Cartago.
Cartago:
Cartago, ciudad situada cerca de la actual Túnez, fundada por fenicios hacia el siglo IX a.C. Su nombre proviene del fenicio Qart Hadasht (Ciudad Nueva). Siguiendo la tradición de sus fundadores fenicios, los cartagineses se enriquecieron gracias al comercio y forjaron un imperio marítimo y comercial.
Este imperio estaba defendido por la temible armada púnica*, compuesta por barcos de remos, que cada vez eran más grandes. El navío púnico estándar era el trirreme, y posteriormente se incorporaría el quinquerreme. Sus nombres hacen referencia a las filas de remeros que poseen. Ejemplo: trirreme, tres filas de remeros. Estos barcos poseían una protuberancia en la proa, bañada en bronce, conocida como espolón. Era una especie de ariete, cuya función era abrir un boquete en la nave enemiga embistiéndola, y mandarlos a pique. Esta técnica era toda una ventaja en las batallas navales. Sin embargo, es fundamental una enorme destreza para poder manejar con efectividad estas armas. La dificultad de embestir a las naves con éxito residía en que se debía evitar chocar con un ángulo mayor a 60o. Si esto sucedía, el barco corría el riesgo de quedarse atascado en el barco enemigo, y sufrir la misma suerte que él. De modo que, a pesar de disponer de espolones, no siempre podían usarse con eficacia. No era el caso de los cartagineses, cuya destreza en la mar era absoluta, y por ello era tan temida la armada púnica.


Pero todos estos barcos necesitaban un lugar donde resguardarse: el puerto de Cartago, una de las maravillas arquitectónicas más impresionantes de aquellos tiempos. Incluso ahora quedan restos de aquel magnífico puerto. Constaba de dos partes. Una de ellas era un puerto circular, que estaba destinado sólo para uso militar. Albergaba las numerosas trirremes y quinquerremes de la armada púnica. En el centro del círculo había una isla que también se usaba para ubicar los muelles, de modo que se aprovechaba muy bien el espacio del puerto circular. Éste, a su vez, estaba conectado a un puerto de forma rectangular, que tenía sólo uso comercial. Después, el extremo de éste rectángulo conectaba con el mar Mediterráneo mediante una ancha salida, que estaba resguardada por cadenas.


Gracias a toda esta eficacia naval, Cartago extendió sus dominios desde las costas del norte de África, hasta Sicilia, Córcega y Cerdeña. El poderío de Cartago era indudable. No obstante, todas esas posesiones era necesario defenderlas. Para ello, Cartago disponía de un ejército profesional mercenario, que recibían su paga a cambio de luchar.
Ya en el siglo IV a.C., Cartago tuvo que soportar la invasión de Agatocles, rey de Siracusa (colonia griega de Sicilia), fue una de las mayores amenazas que sufrió Cartago en su propio territorio. Los cartagineses se hallaban sitiando Siracusa, y Agatocles contraatacó llevando un ejército a África, con notables éxitos iniciales. Aunque finalmente, las dificultades que pasaba el ejército de Agatocles, le obligaron a firmar un acuerdo de paz por el que se repartían Sicilia, y él abandonaba África. Cartago podía entonces respirar tranquila, pero no por mucho tiempo.
Cartago era una república, similar a la romana, su órgano principal era el Consejo de los 104, formado por aristócratas de la ciudad. Además había dos sufetes, que tenían el control de la ciudad. Esa magistratura era anual y se hacía por sufragio.
Roma:
Roma era una ciudad situada a la orilla del Tíber, fundada en el año 753 a.C. por Rómulo y Remo, según la leyenda. Rómulo fue el primer rey de Roma, y después de él le sucedieron otros tres reyes romanos. Fue entonces cuando Roma fue ocupada por los etruscos, y tuvo que soportar el reinado de tres sucesivos reyes etruscos. La población romana se rebeló en el año 509 a.C. contra el rey Tarquinio el Soberbio y expulsaron a los etruscos de la ciudad.
Aquel año se estableció una nueva república. Debido al odio que profesaban los romanos hacia los reyes, la diseñaron para evitar una excesiva acumulación de poder en un solo individuo. El magistrado supremo era el cónsul. Se trataba de una magistratura compartida por dos patricios (aristócratas). Desempeñaban la función que anteriormente hacía el rey, pero eran elegidos anualmente por sufragio y tenían derecho a veto el uno sobre el otro. Básicamente tenían control total y eran los encargados de dirigir los ejércitos en caso de guerra. También había un Senado, órgano consultivo heredado de la monarquía, formado por patricios. Por último, tenemos otros cargos menores como cuestores, ediles, etc. A medida que avanzan los tiempos también avanza la república, y los cónsules fueron perdiendo poder en favor del Senado y las otras magistraturas. También se avanzó más creando la Asamblea de la plebe y los tribunos de la plebe, cuyo objetivo era defender los derechos de los plebeyos (clases bajas). Con el tiempo, estos plebeyos pudieron acceder al Senado y al consulado.
Además, en caso de que Roma sufriera una grave emergencia y fuese necesaria la actuación de un líder con poder absoluto, el Senado podía nombrar a un dictador, y a un magister equitum, jefe de la caballería. Su objetivo era sacar a Roma de esa emergencia, y devolver el poder al Senado pasados seis meses.
Roma fue iniciando un proceso de expansión por el Lacio, y posteriormente por el resto las ciudades italianas, e incluso las colonias griegas de más al sur, en la Magna Grecia, dominando casi por completo la península itálica, salvo por los galos del norte, que durante años habían aterrorizado con sus incursiones a las poblaciones italianas. E incluso en una ocasión tomaron Roma, y sólo la liberaron a cambio de un fuerte rescate.
Roma sufrió una invasión griega, similar a la perpetrada por Agatocles contra Cartago, perpetrada por Pirro, rey del Épiro (Grecia). Este rey desembarcó en Italia y derrotó a las legiones romanas en Heraclea (año 280 a.C.), aunque con numerosas pérdidas en su ejército (de ahí la expresión victoria pírrica). Aun así, logró que se le unieran muchos pueblos italianos, por su odio común a Roma, sobre todo samnitas, apulios, brucios y lucanos. Y juntos avanzaron al norte, hacia Roma. Pero cuando Pirro estaba a poca distancia de la ciudad, un nuevo ejército romano que volvía del norte se abalanzó contra ellos. Pirro no se arriesgó y marchó al sur a pasar el invierno. Al año siguiente, los romanos volvieron a ser derrotados. Por suerte, Pirro se vio obligado a ir a Sicilia a auxiliar a sus aliados griegos de una invasión cartaginesa. Cuando hubo terminado el conflicto, Pirro volvió a Italia y fue derrotado en la batalla de Benevento (año 275 a.C.), lo que le obligó a regresar al Épiro para siempre. Los romanos por fin habían logrado acabar con aquella amenaza, no sería la última, ni la más sangrienta.
Por aquel entonces, a pesar de la preponderancia de Roma en Italia, sólo era una ciudad-estado más del Mediterráneo, una potencia emergente, con un ejército ciudadano no profesional. No se imaginen a los típicos legionarios que aparecían en las películas de Hollywood, no. Cada soldado hacía frente al coste de su armadura, por lo que sólo podrían integrarse en la unidad del ejército que le permitiera su fortuna. Los más pobres eran integrados en los velites. Provistos de escaso armamento, eran muy ágiles y podían moverse con rapidez, lanzando proyectiles al enemigo y retrocediendo. Después tenemos a la infantería romana propiamente dicha. De entre ellos, los más pobres eran integrados en los hastati, y a medida que su poder adquisitivo aumentaba, se integraban en los principes y después en los triarii. Estos últimos, formaban la infantería romana de élite, muy veterana y fuertemente protegida. Por último tenemos a los équites, la caballería romana, sólo accesible para aquellos patricios que podían permitirse un caballo. A parte de estas unidades, tenemos a los auxilia, eran tropas italianas aliadas, que no procedían de Roma, sino de otras ciudades italianas.
La clásica disposición de las unidades del ejército romano era con los velites al frente, más atrás los hastati, después los principes y por último los triarii en retaguardia. Las alas de la infantería estaban custodiadas por los auxilia, y a su vez las alas de éstos por los équites.


La unidad de división básica en el ejército romano era el manípulo, formado por 160 hombres. Las tropas se desplegaban en el campo de batalla con los manípulos formando en cuadrícula, y destaca mucho la eficacia de esta formación, debido a los grandes pasillos que dejaban entre sí los manípulos. Éstos se usaban para llevar rápidamente tropas de retaguardia a vanguardia o viceversa, evitando que los soldados de primera línea cayeran presos del agotamiento y puedan ser sustituidos. Además estos pasillos favorecían la movilidad individual de cada manípulo, lo que hacía que el ejército romano fuera muy flexible en el campo de batalla.
*Nota: púnico y cartaginés son sinónimos a grandes rasgos. Usaré ambos términos en mis entradas. 

Introducción del nuevo bloque

Saludos de nuevo, estimado lector! Me dispongo ahora a introducir un bloque de entradas relacionadas con las guerras púnicas. Pero, ¿qué guerras eran esas? ¿Qué importancia tuvieron? Me temo que su importancia fue crucial en el desarrollo de nuestra historia, hasta tal punto que de haber tenido otro resultado, nuestra civilización sería totalmente distinta. Puede que usted haya oído hablar de Aníbal, cruzando los Alpes con sus elefantes. ¿Qué hacía aquel señor en aquellos montes con aquellas bestias paquidermas? Se trata de una de las mayores locuras, y de las mejores genialidades de la historia, así es Aníbal, aunque intentar meterse en su mente y comprenderle es muy difícil. Debido a ese motivo era un gran general casi invencible, que sabía predecir los movimientos de su enemigo y actuar en consecuencia. Pero bueno… no voy a contarles más “espoilers”. Sólo pretendía captar su atención (espero haberlo conseguido).

Básicamente, en mis siguientes entradas voy a ofrecer un resumen sobre las guerras púnicas, y voy a explayarme sobre causas, consecuencias, valoraciones subjetivas, historias-ficción sobre estas guerras.

Pues bien, vamos allá…

Presentación


¡Saludos estimado lector! Con esta entrada abro este blog, con la pretensión de que sea de su agrado. Aquí sobre todo podrá usted leer temas relacionados con la historia, que es un campo que me apasiona, aunque también voy a moverme en otros ámbitos, sobre todo, filosofía. Pretenderé que sea lo más divulgativo posible; es decir, que pueda entenderlo cualquier persona que no sea experta en la materia. Además de centrarme en datos objetivos, haré valoraciones subjetivas de los distintos acontecimientos históricos que vaya tratando. Y también haré algo que llamo Historia-Ficción; es decir, comentar cómo se hubieran desarrollado ciertos acontecimientos históricos, en el caso de que algún acontecimiento variase.
Las nuevas tecnologías nos brindan infinidad de medios para comunicar nuestras ideas que antes no existían, es por ello que aprovecho para compartir lo que pienso. Se trata de una manera de perpetuar mis ideas, sin tener que recurrir a otros medios que en estos momentos no se encuentran en mi alcance.
No voy a ofrecer descripción alguna sobre mí, porque quiero que usted me juzgue únicamente por lo que escribo, y sin más preámbulos, voy a dar por concluida esta breve introducción.