domingo, 28 de octubre de 2012

Las campañas de Lúculo y Pompeyo en Oriente

Paralelamente a estos acontecimientos, antiguas amenazas crecían en Oriente. Pues no olvidemos que el rey Mitrídates no estaba totalmente derrotado. Seguía gobernando en Ponto. Desde allí, y mientras los romanos luchaban entre sí, Mitrídates se estaba rearmando. En el 83 a.C., el general Murena se percató de esto y decidió hacer una invasión preventiva, que resultó ser un fiasco y tuvo que retirarse. Estos actos serían conocidos como la segunda guerra mitridática, aunque sus implicaciones históricas son realmente escasas.

Años después, en el 74 a.C., mientras Pompeyo luchaba en Hispania contra Sertorio, Mitrídates hizo un pacto con Sertorio, por el que éste debería ayudar al monarca a entrenar su ejército al estilo romano. Este hecho hizo disparar las alarmas de la República, pues era ciertamente preocupante que enemigos comunes confabularan contra ella. Fue así como se decidió preparar un ejército e invadir Ponto para acabar con Mitrídates de una vez por todas.


El encargado de tal empresa fue el cónsul Lucio Lúculo, junto con su colega Marco Aurelio Cota. Desembarcaron en Asia, y comenzaron su campaña contra Mitrídates. El comienzo fue un desastre, Cota y su armada fueron derrotados por las fuerzas de Mitrídates, aunque afortunadamente Lúculo se puso en marcha para rescatar a su compañero. Entonces, Mitrídates cambió de planes, puso rumbo sur hacia la provincia romana. Esta vez las cosas no resultarían ir tan bien como en su primera vez. Lúculo se dedicó a hostigarle desde lejos, cortando sus líneas de suministros y desgastando sus fuerzas. Al final, cuando llegó el invierno tuvo que retirarse a su reino.

Al año siguiente, Lúculo invade Ponto con gran éxito, Mitrídates es derrotado varias veces, hasta que finalmente, en el 71 a.C., prácticamente todo el reino estaba bajo dominio romano. Mitrídates escapó hacia el sur, hacia el reino de Armenia, gobernado por el rey Tigranes, a quien pidió refugio, y éste se lo concedió.

Lúculo inició conversaciones con Tigranes para lograr que éste le entregara a Mitrídates. Resultaron ser un fracaso, y Lúculo optó por la opción militar e invadir Armenia. En el 69 a.C., el valiente general romano penetró en el inexplorado y exótico reino de Armenia, que estaba más lejos de lo que ningún romano había estado. El país comprendía una extensa franja de terreno, desde las fronteras de la República, en Asia menor, hasta las fronteras del Imperio Parto, situado en la actual Iraq. Tigranes gobernaba Armenia en su apogeo, que no duraría mucho.

Lúculo se dirigió directamente hacia la capital de Armenia, Tigranocerta. El rey movilizó inmediatamente al grueso de sus fuerzas para defender la ciudad que llevaba su nombre. Cuando Lúculo llegó a su objetivo, Tigranes observó lo poco numeroso que era el ejército romano y se rió. Dijo que eran demasiado numerosos para ser una embajada, pero demasiado escasos para ser un ejército. Seguro que no le hizo tanta gracia cuando tuvo que huir de la ciudad con el rabo entre las piernas. Pues Lúculo arrasó el ejército armenio y también su preciada capital. Desde entonces, Tigranes y Mitrídates se convirtieron en unos fugitivos, a los que Lúculo persiguió sin piedad por toda Armenia.

Pero la suerte de Lúculo estaba a punto de acabarse. En el 68 a.C., cuando estaba a punto de tomar Artaxarta, una importante ciudad armenia, su ejército se amotinó. El motivo era las enormes penurias que estaban pasando al estar tantos años en campaña en aquel extraño país tan lejos de su patria. Habían recorrido ingentes distancias a lo largo y ancho de Armenia, y para colmo, debido a la política de Lúculo de tratar bien a la población conquistada, no podían acometer pillajes para enriquecerse. Todo ello los llevó a declararse en huelga, y Lúculo permaneció inmovilizado en Armenia desde entonces. Por otro lado, Mitrídates había regresado a Ponto y había restaurado su poder. Armó rápidamente unas cuantas tropas, y logró pequeñas victorias contra las guarniciones romanas de Ponto.

Mientras tanto, Roma padecía una grave crisis alimenticia. El motivo eran los piratas del Mediterráneo, que interceptaban los barcos de grano provenientes de Hispania y Egipto. Este problema se hizo tan grave que se desencadenó una hambruna, y el pueblo pedía una solución urgentemente. El Senado se hizo eco de esta situación, y nombró al hombre del momento, a Pompeyo, para que solventase la situación. Además, se le destituyó a Lúculo, y se le dio a Pompeyo el mando de la guerra en Oriente.

En el 67 a.C., el Senado dotó a Pompeyo de unos recursos ingentes para realizar su campaña contra los piratas. Contra todo pronóstico y en apenas tres meses, Pompeyo había barrido a todos los piratas, acabando con este grave problema. Al año siguiente, se dirigió hacia Oriente para hacerse cargo de las legiones de Lúculo.

Lúculo tuvo que regresar a Roma humillado, mientras Pompeyo se volvía hacia el norte, donde logró derrotar al renovado Mitrídates, quien tuvo que escapar una vez más. Tigranes rechazó recibirle de nuevo, e inició conversaciones con Pompeyo. Ambos firmaron un pacto de paz por el que Tigranes seguiría siendo rey, pero Armenia quedaría subordinada a la autoridad de la República de Roma. Terminó así la tercera guerra mitridática, en el 65 a.C.

Después de estos hechos, Pompeyo decidió buscar más gloria y volvió sus ojos hacia Siria. Aquel reino era todo lo que quedaba del antiguo Imperio Seléucida, cuyo gobernante más famoso, Antíoco III, ya se había enfrentado a Roma y había sido derrotado (como ustedes ya recordarán de entradas anteriores). Desde entonces Siria entró en decadencia, y por aquella época ya no tenía fuerza suficiente para hacer frente a una invasión. Pompeyo entró en Siria en el 64 a.C. y la convirtió en una nueva provincia romana. El rey de Siria, Antíoco XIII, escapa pero es asesinado poco después.

Un año más tarde, Pompeyo decide seguir avanzando hacia el sur, hacia el reino de Judea. Allí logra una gran victoria al conquistar Jerusalén. Es entonces cuando recibe la noticia de que Mitrídates, incapaz de hacer frente ya a los romanos, se ha suicidado. Pompeyo regresa a Roma, con una multitud de territorios conquistados. Prácticamente todo Oriente se halla sometido a Roma, salvo el Imperio Parto, que dará en el futuro más de un quebradero de cabeza.

domingo, 21 de octubre de 2012

La guerra de Sertorio y Espartaco

A pesar de la muerte de Sila, todavía muchos de sus partidarios dominaban las instituciones de la República de Roma. Los más importantes eran Pompeyo, el gran genio militar y Craso, el hombre más rico de Roma. No obstante, los aires de cambio llegaban Roma, y algunas de las leyes silanas fueron derogadas. Quedaba aún el problema de Hispania. Metelo había fracasado en su intento de derrotar a Sertorio. Pompeyo entonces se propuso como solución y pidió que se le dieran legiones para ir a Hispania. El senado lo aceptó, y Pompeyo se puso en marcha.

En el año 77 a.C., Pompeyo surge de los Pirineos, marchando hacia el sur, con el objetivo de unirse con Metelo. Sufrió un fracaso inicial, aunque finalmente fue socorrido por Metelo. Conquistar Hispania era tarea difícil, porque Sertorio usaba unas tácticas guerrilleras aprendidas de los celtíberos, aquello unido al terreno montañoso hispano, hizo que la guerra tuviera que alargarse años.

Pompeyo entabló amistad con los vascones del norte, un pueblo situado en la actual Navarra. Pasó el invierno del 75 a.C. en territorio vascón, y refundó allí la aldea de Iruña, como Pompaelo, que después se convertiría en Pamplona.

A partir del 73 a.C., la guerra ya estaba decantándose del lado de Pompeyo, cuando arrinconó a Sertorio en el extremo noroccidental de la península. También conquistó Tarraco, un importante bastión sertoriano.

Al año siguiente, Sertorio murió traicionado por un oficial suyo, tras lo cual, a Pompeyo le resultó fácil ganar la guerra. Y al fin, en el 71 a.C., la resistencia sertoriana había sido borrada de la península ibérica. Pompeyo se disponía a regresar a Roma. 

Volvamos dos años atrás, hacia el 73 a.C., donde las cosas en Roma no iban para nada bien. Tuvo lugar una revuelta de esclavos gladiadores en Capua. Ellos estaban liderados por Espartaco, un tracio que había servido como auxiliar en las legiones romanas. Apenas eran un centenar de hombres, pero cada vez se les unían más. Los esclavos de Italia pasaban por una penosa situación de sobreexplotación infrahumana, lo cual generó un gran descontento y odio que Espartaco aprovechó para su rebelión.

Acudió un pretor para acabar con él. Espartaco se hallaba en el monte Vesubio. Sus soldados tejieron unas cuerdas y con ellas bajaron un precipicio que les llevaba directamente al campamento romano. Todos ellos fueron masacrados, y la rebelión era ya un asunto serio. Espartaco llegó a tener bajo su mando 120.000 esclavos rebeldes.

En el 72 a.C., los esclavos ponen rumbo al norte, hacia la Galia, con el objetivo de abandonar las fronteras de la República. En el norte, logran derrotar a los cónsules que se interponían en su camino, pero cambian de parecer, y deciden dar media vuelta y regresar a Italia. Allí llevan a cabo un sistemático saqueo vengativo de las villas y tierras de los ricos. Roma estaba constantemente amenazada por esta banda de esclavos, de la que eran incapaces de deshacerse.

Es en ese momento cuando se alza Craso, que se erige como salvador de Roma. Logra el mando de dos legiones, y además con su propio dinero recluta a otras seis, de manera que tenía bajo su mando un inmenso ejército. En el 71 a.C. comienza su campaña personal contra Espartaco. Inicialmente Craso sufre una derrota, lo que le enfureció mucho, y se lanzó a la persecución de Espartaco con la máxima crueldad, juró que crucificaría a todo esclavo que se rebelase contra Roma.

Craso logra acorralar a Espartaco en el sur de Italia, tenía la victoria a su alcance. En ese momento llegaron las noticias de que Pompeyo regresaba de Hispania con sus legiones. Espartaco logró escapar de ese acorralamiento y huyó al norte.

Pompeyo ya había llegado a Italia y se dirigía hacia él. Espartaco estaba atrapado, y decidió plantar batalla a Craso. Sufrió una gran derrota y murió en la batalla, junto con muchos de sus compañeros rebeldes. Algunos lograron huir, pero se encontraron con Pompeyo, quien les masacró.

Pompeyo fue quien se llevó la mayor parte de la gloria, aunque derrotar a Espartaco hubiera sido obra de Craso, era una victoria pequeña, por ser sobre esclavos, y no obtuvo ningún triunfo, aunque sí una ovación. Pompeyo, en cambio, sí que obtuvo un triunfo gracias a sus campañas en Hispania. Esto le provocó a Craso mucho resentimiento contra Pompeyo. Aun así, fue Craso quien decidió qué hacer con los rebeldes que habían sido hecho prisioneros. Cumpliendo su juramento, mandó crucificarlos a todos a lo largo de la vía Apia, miles de rebeldes yacían clavados en las cruces, y el olor de sus cadáveres en putrefacción inundó los alrededores de la vía Apia, ya ningún esclavo más osaría rebelarse contra Roma.


Al año siguiente, Craso y Pompeyo hicieron un pacto y lograron ser cónsules. Pompeyo inició una serie de reformas para abolir muchas leyes silanas y devolver derechos al pueblo. Esto le dio muchísima popularidad entre la plebe. Era el conquistador y el defensor del pueblo romano, no se podía pedir más. No obstante, las guerras para Roma estaban lejos de haberse acabado…

domingo, 14 de octubre de 2012

La guerra civil y la dictadura de Sila

Mitrídates era ahora el principal enemigo de la República, y había que enviar inmediatamente legiones hacia Oriente. Hubo un intenso enfrentamiento entre Mario y Sila por ver quién tendría el mando.

Nos encontramos en el año 89 a.C., y la guerra contra los rebeldes samnitas no había terminado. Sila había conseguido enormes victorias contra ellos y los había hecho retroceder hasta la ciudad de Nola, la cual estaba siendo asediada por las legiones de Sila. Él era ahora el hombre del momento, y Mario más bien un gloria pasada, pues ya había pasado mucho tiempo desde la guerra de Yugurta y las invasiones germanas.

Sila regresó a Roma para presentarse a las elecciones de cónsul. Logró vencer, siendo cónsul durante el 88 a.C., y aparte del consulado, consiguió también el ansiado mando de la guerra contra Mitrídates. De modo que pudo volver y continuar el asedio de Nola.

Esto no era bien visto por Mario, tuvo que soportar como su enemigo político recibía el mando de aquella guerra, que él deseaba para sí, y estaba dispuesto a conseguirlo. Se alió con Sulpicio Rufo, tribuno de la plebe, y juntos lograron arrebatar a Sila el mando de la guerra, que fue inmediatamente conferido a Mario.

Cuando estas noticias llegaron a oídos de Sila, estalló en furia. Entonces tomó una decisión trascendental para el futuro de Roma. Estaba él al mando de seis legiones totalmente fieles a él. Así que dejando una de ellas para continuar el asedio, marchó con las demás hacia el norte, hacia Roma.

Las noticias no tardaron en llegar, Sila marchaba contra Roma. Era la primera vez en la historia que un general decidía traspasar las sagradas murallas de Roma con un ejército armado, en son de guerra. El Senado envió varias embajadas para intentar lograr la paz. Sila aceptó, pero no era más que una distracción, se lanzó como un rayo contra la ciudad y entró en ella. Mario y Sulpicio huyeron de la ciudad. Sulpicio enseguida fue capturado y ejecutado. No obstante, Mario logró escapar de los matones de Sila, y llegó a África, donde pudo refugiarse.

Sila mandó derogar todas las leyes promulgadas por Sulpicio y ordenó al Senado que le volviera a otorgar el mando de la guerra contra Mitrídates. El Senado obedece, no tiene elección, Sila tenía el control absoluto sobre Roma.

Las elecciones para elegir a los cónsules del 87 a.C. se celebran bajo la atenta mirada del nuevo señor de Roma. Los nuevos cónsules son Cneo Octavio, partidario de los optimates, y por tanto del agrado de Sila, y Lucio Cornelio Cinna, partidario de los populares. Esta elección disgustó mucho a Sila, pero respetó la voluntad del pueblo. Eso sí, antes de partir hacia oriente, dejó bien atados todos los cabos, para evitar que sus enemigos volvieran en su ausencia.

De ese modo, aquel 87 a.C., Sila toma sus legiones y desembarca en Grecia, donde las ciudades se le rinden a él, excepto Atenas. La famosa ciudad griega estaba muy crecida en su recién adquirida independencia y se mostraba arrogante. Sila no tuvo piedad. Sometió la ciudad a un brutal asedio y cuando la conquistó en el 86 a.C., las legiones arrasaron literalmente la ciudad.

Posteriormente Sila marchó al norte, donde había desembarcado un ejército póntico enviado por Mitrídates. Sila se enfrentó en la batalla de Queronea a más de 100.000 hombre, que casi triplicaban su ejército. Aun así, con su ingenio militar, y el uso de artillería y trincheras, logró frenar su avance y aniquilarles. Casi todos los soldados pónticos fueron masacrados.

Al año siguiente Mitrídates envió otro ejército, al que Sila se enfrentó en Orcómeno, una fuerza el doble de numerosa que la suya. Nuevamente su ingenio militar acorraló a los atemorizados pónticos, que también fueron masacrados.

Tras estas dos derrotas, Mitrídates estaba prácticamente vencido, y decidió parlamentar con Sila. Éste tenía mucha prisa por acabar la guerra, pues sus enemigos políticos habían regresado a Roma y le habían condenado a muerte. Sila y Mitrídates llegaron al pacto de no continuar la guerra, y Mitrídates a cambio devolvería a Roma todos los territorios en Asia que había conquistado. Así, termina la primera guerra mitridática en el 85 a.C. Los habitantes de la provincia de Asia, serían sufridores de una brutal venganza por haberse rebelado contra Roma, en forma de más abusivos impuestos.

Pero volvamos al año 87 a.C. para conocer lo que ocurrió en Roma en ausencia de Sila. Los dos cónsules, Octavio y Cinna, estaban muy enfrentados entre sí, hasta tal punto que estalló la guerra entre ellos. Octavio expulsó a Cinna de la ciudad. Cinna, humillado, se dirigió hacia el sur, hacia Nola, que seguía siendo asediada por una legión. Logró que esa legión se uniera a su causa. También consiguió que Mario regresara de África con un nuevo ejército.

Así, los dos juntos marcharon sobre Roma y se hicieron con la ciudad. Allí se vengaron de todos los partidarios de Sila, cometiendo grandes masacres. Entre ellos, fue asesinado el cónsul Octavio.

La ciudad estaba ahora en manos de los populares, y para el año 86 a.C, Mario y Cinna fueron elegidos cónsules. Pero poco tiempo después, Mario murió por causas naturales, en su séptimo consulado.

Hasta el 84 a.C., Cinna sería elegido cónsul, junto con Cneo Papirio Carbón, de modo que concatenó tres años de consulado. Durante ese tiempo se dedicaría a preparar su ejército para el inminente regreso de Sila, que había vencido a Mitrídates. No obstante, cuando se aprestaba a desembarcar en Grecia para sorprender a Sila, su ejército sufrió un motín y fue asesinado, por lo que Papirio Carbón quedó solo en su liderazgo popular. Aunque también apareció en escena el joven Mario, hijo del Mario siete veces cónsul, que participó como general en la guerra contra Sila.

Sila no estaba solo, tuvo muchos apoyos. Uno de los más importantes fue Marco Licinio Craso, un hombre extremadamente rico, cuyo padre había sido asesinado cuando los populares se hicieron con Roma en el 87 a.C. Él estaba exiliado en Hispania, pero empleando su dinero, formó un ejército y marchó hacia Grecia para unirse a Sila.

Finalmente, en el 83 a.C., Sila desembarca en Italia. El hijo de Pompeyo Estrabón, Cneo Pompeyo, decide unirse a Sila. Recluta un ejército en Italia y marcha para unirse a él. Por el camino, logró grandes victorias sobre los ejércitos populares, logrando así gran fama.  

En el año 82 a.C., Papirio Carbón y el joven Mario fueron elegidos cónsules. Mario logró que los samnitas se unieran a su causa, pero no fue suficiente. Los ejércitos populares y samnitas fueron vencidos en sucesivas batallas. La última batalla se libró frente a Roma, y dejó a Sila como vencedor absoluto. Sólo quedaba el joven Mario acorralado en la ciudad de Praeneste. Allí fue asesinado y la ciudad se rindió a Sila.

Roma estaba totalmente a merced de Sila. La guerra había acabado. Papirio Carbón huyó a África, y los que no lo hicieron lo pagaron caro. Sila redactó unas largas listas de proscritos, donde aparecían todos sus enemigos, partidarios de Mario y Cinna, se les ejecutaba y se les confiscaba sus bienes. Así, se desató en Roma una orgía de sangre y muerte, los cazarrecompensas florecieron por doquier, matando a proscritos a cambio de una buena paga.

Uno de los objetivos de Sila era el joven Cayo Julio César, quien era sobrino de Mario y estaba casado con Cornelia, la hija de Cinna. Sus vínculos familiares con los populares le convertían en objeto de las persecuciones. No obstante, Sila se apiadó de él, y le ofreció dejarle con vida a cambio de divorciarse de su esposa. Inesperadamente, César rehusa y se ve obligado a esconderse de los matones de Sila. Entonces, la madre de César, Aurelia Cota, que era amiga de Sila, intercede por él y logra que le perdone la vida. Sila cedió muy a regañadientes, afirmando que había diez Marios en el joven César. Él, por su parte, y no de acuerdo con el gobierno de Sila, decide marcharse de Roma y servir en las campañas de Oriente. 

Cuando las cosas en Roma se calmaron, Sila debía pensar en el futuro, qué hacer con la ciudad. Decidió autonombrarse dictador indefinidamente. Durante unos años, se dedicó a elegir a dedo los cónsules que le convenían. E hizo una profunda reforma del sistema de magistraturas de la República de Roma. Uno de los puntos más destacables fue que, para evitar que muchos populares pudieran acceder a puestos relevantes, los que ocupasen el cargo de tribuno de la plebe, no pudieran optar posteriormente a otras magistraturas, ni tampoco promulgar leyes. De esta manera vetaba el consulado a los tribunos de la plebe.

Durante la dictadura de Sila, César estuvo destinado en la isla griega de Lesbos, cuya capital Mitilene aún se oponía al asalto de las legiones romanas. César logró el apoyo del rey Nicomedes de Bitinia, que proporcionó gran parte de su flota. Con ella, las legiones romanas asaltaron Mitilene y tomaron la ciudad. César se ganó la corona cívica gracias a sus actos heroicos durante el asalto. No regresó a Roma hasta que Sila muriera. 

Pompeyo realizó varias campañas para borrar definitivamente a los últimos partidarios de Mario. En el 82 a.C. fue a Sicilia y rápidamente tomó la isla bajo su poder. Capturó a Papirio Carbón y lo ejecutó. Al año siguiente desembarcó en África y reconquistó la provincia, consiguiendo grandes éxitos militares. Tras lo cual, regresó a Roma y solicitó a Sila que le concediera un triunfo. Sila se negó, y Pompeyo decide no licenciar su ejército y amenazar con marchar sobre Roma. Sila no tiene más remedio que ceder y concederle el triunfo. Pompeyo era ahora el hombre del momento, la gente le aclamaba por todas sus victorias. Recibió el sobrenombre de “Magno”, intentando compararse con el conquistador macedonio Alejandro Magno, e incluso imitando su corte de pelo.

Sin embargo, todo el imperio no estaba pacificado aún. Quedaba Hispania aún en manos de Sertorio, partidario de Mario. Sertorio se había aliado con los celtíberos y controlaba gran parte de la península. Sila envió a Metelo Pío para recuperar la provincia, aunque no logró conseguir victorias significativas. 

Finalmente, en el año 79 a.C., Sila abdicó de su cargo como dictador y devolvió el poder al pueblo de Roma, tras haber acometido muchas reformas. Se retiró de Roma a su villa en la Campania, donde murió al año siguiente por causas naturales. 



sábado, 6 de octubre de 2012

La guerra en Italia y la invasión de Mitrídates

Llegó una breve pausa de diez años, en los que los ciudadanos romanos pudieron disfrutar de una relativa paz, una paz que no tardaría mucho en fragmentarse de nuevo.

Corría el año 91 a.C., y una vez más Italia iba a estar en guerra. Esta vez por una rebelión interna. La penosa situación que estaban los italianos respecto de los romanos, hizo que los habitantes de la región de Samnium se rebelaran. Esta región estaba situada junto a Campania, en la zona de la actual Nápoles. Pronto esa rebelión se extendió por toda la península itálica. Los romanos tenían pocas guarniciones defendiendo esos territorios y no pudieron hacer mucho.

Los rebeldes italianos decidieron escindirse de Roma y fundar su propio estado, de esa manera nació el nuevo estado de Italia, con su capital en Corfirium, a pocos kilómetros de Roma. Destacaron en esta guerra comandantes como nuestro Mario, su enemigo político Sila y Cneo Pompeyo Estrabón. Éste último consiguió una gran victoria al conquistar la ciudad de Asculum.

Los romanos también sufrieron derrotas, pero aun así se siguió controlando la rebelión. Finalmente, en el año 89 a.C., los romanos propusieron una solución al conflicto. Concedieron la ciudadanía romana a todos los ciudadanos italianos que habían permanecido leales a Roma. Los que se habían sublevado, deberían deponer las armas y entonces podrían optar a la ciudadanía. Con estas condiciones, al año siguiente sólo los samnitas continuaban en pie de guerra, pero finalmente son conquistados.

Pero nada más finalizar una guerra, otra comenzaba, aquel mismo año Mitrídates VI, rey de Ponto, un pequeño reino situado al norte de la península de Asia Menor, atacó las fronteras de la República de Roma. Él sabía cuál era la situación en Asia y Grecia. Los habitantes estaban oprimidos debido a los durísimos impuestos que les imponía Roma. Él debía parecer el libertador de los griegos y ellos le apoyarían, y así fue. Mitrídates, nada más penetrar en las fronteras romanas, recibió una calurosa bienvenida de la población, las escasas guarniciones romanas apenas pudieron hacer nada. Con mucha facilidad conquistó toda la provincia de Asia hasta llegar a las orillas del mar Egeo. Al otro lado de este mar, las ciudades griegas se confabulaban también contra los romanos y se rebelaban. Y por si esto fuera poco, Mitrídates perpetró el asesinato (o mejor dicho genocidio), de decenas de miles de ciudadanos romanos e italianos que vivían en Asia. Aquello era un grave insulto a Roma que no debía quedar impune.