sábado, 22 de diciembre de 2012

¡FELIZ NAVIDAD!

¡Saludos estimado lector! Escribía esta breve entrada para informar de que estas navidades y durante el mes de enero, debido a que estaré ocupado por asuntos académicos, no podré seguir realizando más entradas en el blog, pero prometo regresar en febrero, ¡palabra! Mientras, ¿por qué no se lee el blog desde el principio? Y así revive las guerras púnicas, viaje de nuevo a Cartago, y a Roma, desembarque en Sicilia, derrote a la armada púnica, inicie una gran expedición contra Roma, lleve una invasión a África e Hispania, o finalmente destruya la ciudad de Cartago. Yo le animo a que reviva todos estos acontecimientos, si le apasionan tanto como a mí.

Por último, sólo quería desearles muy, muy feliz navidad, y un muy próspero 2013. Y que la Historia le acompañe. ¡Hasta pronto!


martes, 18 de diciembre de 2012

Recuérdame

He decidido hacer un pequeño alto en el camino en este tema de la guerra de las Galias, para hablarles un poco de Filosofía, ya que la tengo bastante apartada.

Vivir eternamente, ése es el sueño de muchos hombres. Una meta a todas luces inalcanzable, aunque se puede conseguir una forma de inmortalidad. ¿Cómo? Los griegos ya se preguntaban esto hace más de 3.000 años. Se trata de vivir en el recuerdo de las personas. De esa manera, aunque una persona muera, si durante su vida ha realizado hechos de gran trascendencia histórica, su legado podrá perdurar a través de los siglos, y así, se puede decir que una parte de él sigue viva aún.

Como algunos de ustedes ya estarán imaginando (si no, ya se lo digo yo) me estoy refiriendo a la Ilíada de Homero, escrita en el siglo VIII a.C., pero que procedía de una tradición oral muy anterior a esta fecha. Se trata de un poema épico que describe un conflicto entre Troya y los griegos, a raíz de la hermosa Helena, cuyo rapto por el príncipe Paris de Troya, provocó una épica guerra que duraría diez años. Multitud de naves cruzaron el Egeo para desembarcar sobre la inexpugnable ciudad de Troya, situada en la costa de la península de Asia Menor. La ciudad tenía gran importancia estratégica, ya que controlaba un estrecho que daba paso a la ciudad de Bizancio y el Ponto Euxino (Mar Negro).

Uno de los soldados griegos que iba en aquella gran flota era Aquiles, hijo de la diosa Tetis y del rey Peleo, según la leyenda. Antes de partir hacia Troya, Aquiles debió hacer frente a un interrogante, que es el que nos estamos planteando aquí. Si se quedaba en Grecia, tendría una vida plena, feliz y larga, y después de morir, sus hijos le recordarían, pero cuando sus hijos y los hijos de sus hijos murieran, ya nadie le recordaría, y su nombre desaparecería, será como si nunca hubiera existido. No obstante, si acude a la guerra de Troya, obtendría la gloria, pues realizaría grandes hazañas en combate, y la gente cantaría poemas épicos de sus batallas, mucho después de que él muriera, aunque tendría una vida muy corta.

La decisión de Aquiles fue clara y contundente, quería vivir por toda la eternidad, que su nombre nunca se perdiera, y que la gente supiera quién era, y lo que hizo. Consideró que el hecho de vivir más tiempo, no era suficiente recompensa. Y la verdad es que lo logró, han pasado más de 3.000 años desde aquel día, y todavía nos preguntamos acerca de Aquiles, Paris, Héctor, Helena, Príamo, Menelao, Agamenón, Ulises, etc. Esta gente ha pasado a la eternidad, gracias a sus acciones. Imagínense ustedes dentro de 3.000 años, ¿cuáles de los personajes actuales seguirán siendo recordados? ¿Será usted uno de ellos? Imposible saber, pero merece la pena intentar algo en esta vida para conseguir ese objetivo.

Es interesante mencionar la más reciente adaptación cinematográfica de la Ilíada, Troya (2004). Esta película en concreto, se centra bastante en el tema que nos ocupa hoy, en la inmortalidad a través del recuerdo. Encontramos a la madre de Aquiles, prediciendo la suerte que iba a tener si acudía a la guerra o si no lo hacía.

Aparte de esto, hay algunos diálogos que guardan especial interés, por ejemplo, al principio de la película, el monólogo de Ulises: Los hombres viven obsesionados por la inmensidad de lo eterno, por eso nos preguntamos, ¿tendrán eco nuestros actos con el devenir de los siglos? ¿Recordarán nuestro nombre los que no nos conocieron cuando ya no estemos? ¿Se preguntarán quiénes éramos, la valentía que demostramos en la batalla, o lo apasionados que fuimos en el amor?

En otra escena, encontramos un niño que acude corriendo a donde Aquiles para decirle que Agamenón y su ejército le estaban esperando en el campo de batalla, pues debía luchar contra un tesalio, el niño le dice “El tesalio con el que vas a luchar es grande y fuerte jamás pelearía contra él. Y Aquiles respondió Por eso nadie recordará tu nombre cuando mueras

También es destacable un diálogo entre Aquiles y Héctor, tras el desembarco de los griegos en la costa de Troya:

Héctor – ¿Para qué has venido aquí?
Aquiles  Pasarán mil años y aún se hablará de esta guerra.
Héctor – Para entonces no quedará ni el polvo de nuestros huesos.
Aquiles – Es verdad, pero sí nuestros nombres.

Por otro lado, querría mencionar el monólogo de Ulises, al finalizar la película: “Si alguna vez cantaran mi historia, cuenten que caminé entre gigantes. Los hombres nacen y se marchitan como el trigo invernal, pero estos nombres nunca morirán. Cuenten que viví en los tiempos de Héctor, domador de caballos. Cuenten que viví en los tiempos de Aquiles.”

Todos estos diálogos, denotan el afán por Aquiles de encontrar su inmortalidad. Y ha sido tema de debate hasta hoy en día. Puede que les parezca inútil tener una vida corta, a cambio de ser inmortal de esa manera, pero piénsenlo bien. Vivir eternamente es una gran meta a la que todos deberíamos aspirar, pues la vida es efímera, ya sea 30 años u 80 años, sólo supone un suspiro comparado con la eternidad, es necesario verlo desde esta perspectiva. Hagan su contribución a la Historia, o a cualquier otra Ciencia. Vean más allá de sus vidas, sean inmortales.

Por último, les dejo con la canción de los títulos de crédito finales de la película Troya Remember me” (Recuérdame). Podrán ver que la letra de esta canción tiene mucho que ver con nuestro tema. “Remember, I will still be here, as long as you hold me, in your memory” (Recuerda, estaré aquí, siempre y cuando me mantengas en tu memoria). “Remember, when your dreams have ended, time can be transcended, I live forever, just remember me” (Recuerda, cuando tus sueños hayan terminado, el tiempo puede ser trascendido, viviré eternamente, sólo recuérdame). “I'm with you, whenever you tell my story. For I am all I've done” (Estaré contigo, siempre que cuentes mi historia. Porque soy todo lo que he hecho).



domingo, 16 de diciembre de 2012

La guerra contra los belgas

Año 57 a.C., tras un invierno pacífico, César recibe malas noticias. Al parecer, los belgas se estaban confabulando contra los romanos, y planeaban un levantamiento. César, preocupado, pide a los senones, que hacían frontera con los belgas, que vigilaran bien a sus vecinos. Éstos le informan a César de que un enorme ejército de belgas estaba siendo reunido. César no pierde más tiempo, recluta dos nuevas legiones, la XIII y la XIV, que junto con las que tenía anteriormente (la VII, VIII, IX, X, XI y XII), sumaba ocho legiones.

Puso inmediatamente rumbo al norte. El primer territorio belga que alcanzó fue el de los remos. Éstos se mostraron muy colaboradores y sumisos con César. Le suministraron importante información acerca del número y composición del ejército que estaba siendo reunido. Eran aproximadamente 290.000 hombres, principalmente belóvacos, nervios, ambianos, suesiones, atrebates, atuátucos, viromanduos, mórinos, menapios y otros tantos pueblos. Cada cual aportó la cantidad de soldados que pudo.

Todo este contingente de belgas, se puso en marcha hacia César. Primero llegaron a Bibracte, plaza fuerte de los remos, y la sometieron a asedio. Los remos pidieron entonces ayuda a César, y éste envió algunos arqueros y honderos. Gracias a esta ayuda, los belgas fueron incapaces de tomar la plaza, y se dirigieron contra César. Él, mando fortificar un campamento en una posición muy ventajosa, para hacer frente a los belgas. Aquella posición estaba muy bien defendida por ríos y zonas pantanosas. Cuando los belgas llegaron, sólo se pudieron librar pequeñas escaramuzas, y eran incapaces de  cruzar el río. No les quedó otro remedio que regresar para defender sus territorios.

Al día siguiente, César manda perseguir la retaguardia belga, en plena retirada, y logra matar a muchos de ellos. Posteriormente, se dirige a territorios de los suesiones, y pone sitio a la ciudad de Novioduno. Tras un breve asedio, los suesiones se rinden y piden clemencia. César se apiada, y se dirige a territorio de los belóvacos, y posteriormente al de los ambianos, y ambos pueblos se rinden y se someten a César.

Tras estos éxitos, César marcha con sus legiones al territorio de los nervios, que eran de los belgas más belicosos que había. Éstos sí que presentarían batalla a César. El lugar escogido sería a orillas del río Sambre. Los nervios habían logrado que les ayudasen los atrebates y los viromanduos. Además, los atuátucos estaban en camino.

César mandó construir un campamento en una colina que estaba junto al río. Fue en ese momento cuando los nervios decidieron atacar y pillar desprevenidos a los romanos. Éstos en seguida se percataron de la situación y formaron posiciones. Las legiones IX y X, apostadas en el flanco izquierdo se enfrentaron a los atrebates,  y en seguida lograron rechazarlos. Les persiguieron colina abajo y cruzaron el río, matando a muchos de ellos. Pero mientras, el flanco derecho no tuvo tan buena suerte. Las legiones VII y XII recibieron la embestida del grueso del contingente nervio, y pasaban muchas dificultades. Muchos romanos morían, aunque entonces, la legión X, regresó al lugar de la batalla e inclinó la balanza a favor de los romanos. La bajas belgas eran numerosas y el pueblo nervio fue sometido.

Los atuátucos, al tener noticias de esto, dan media vuelta y regresan a sus hogares. César va tras ellos y les persigue hasta una plaza fuerte donde se refugian. Los romanos comienza a asediar la plaza, y ante la inminente derrota, los atuátucos se rinden y abren sus puertas. César se dispone a regresar, cuando los atuátucos cambian de idea y se vuelven hostiles de nuevo. Salen en tromba de la ciudad y atacan a los romanos, sin éxito alguno, muchos atuátucos perecieron ese día y su pueblo fue claramente mermado.

Paralelamente a estos acontecimientos, César había enviado a Publio Craso, hijo de Marco Craso, el famoso aliado de César y hombre más rico de Roma, hacia la zona de Aremórica, donde obtuvo la lealtad de los distintos pueblos como los vénetos, venelos, osismos, coriosolites y redones.

Así, la Galia quedaba pacificada de nuevo, y las legiones romanas se marcharon a sus cuarteles de invierno. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

La guerra contra los helvecios y Ariovisto


Corría el año 58 a.C., y César ya estaba preparado para realizar una campaña de conquista sobre la Galia. Ahora lo que necesitaba era un casus belli, un motivo para entrar en la Galia, y ese motivo se lo proporcionaría el pueblo helvecio.

Los helvecios estaban asentados en la actual Suiza, limitaban con los germanos al este. El territorio que ocupaban era bastante pequeño para su considerable tamaño, y tenían expectativas de grandeza. Por otro lado, la cercanía de los germanos y su amenaza era un motivo más que les llevó a abandonar sus tierras. Su objetivo era marchar al oeste y buscar algún otro lugar en la Galia donde asentar a aproximadamente 380.000 personas.

Abandonaron sus hogares, y quemaron sus aldeas y ciudades, para evitar tener la tentación de volver atrás. No obstante, tenían un problema, su territorio estaba muy aislado del resto, y sólo había dos caminos para salir. Uno a través del río Ródano, cruzando la Provincia romana, y otro por un estrecho y peligroso paso de montaña a través del territorio de los sécuanos.

Los helvecios optaron por la primera opción. Cuando César tuvo noticia de esto, marchó inmediatamente a la frontera. Los helvecios solicitaron el paso a través de la Provincia, pero César lo niega en rotundo. Entonces, ellos responden intentando cruzar el río por la fuerza, sin éxito debido a las numerosas fortificaciones que había construido César.

Los helvecios desisten y se deciden a cruzar el territorio de los sécuanos. Éstos permiten su paso, y ponen rumbo al oeste. Llegan a territorio de los heduos, amigos de Roma, y devastan sus tierras. Los heduos piden ayuda a César, y éste toma sus legiones y se lanza a perseguir a los helvecios. Éstos se hallaban cruzando un río, cuando César aparece y logra destruir a una cuarta parte de ellos, que aún no había cruzado el río, mientras el resto se hallaba al otro lado sin poder socorrerles. César continúa su persecución, pero hace un alto en el camino en la ciudad de Bibracte para obtener alimentos para sus soldados, proporcionados por sus aliados heduos. Es entonces cuando los helvecios se giran y se disponen a atacar a César. Él forma a sus tropas, y les planta batalla, y pese a los esfuerzos helvecios, los romanos se imponen y les infringen una amarga derrota. Los supervivientes huyeron hacia el norte, hacia territorio de los lingones, donde, impulsados por el hambre y el cansancio, deciden rendirse. César les ordena que regresen a sus tierras, y así lo hacen.

Tras esta exitosa campaña, se convoca una asamblea de toda la Galia, a la que acude César. Allí, los heduos y sécuanos, entre otros pueblos, piden ayuda a César para hacer frente a Ariovisto.

Ariovisto era un rey suevo (tribu germana) que cruzó el Rin, en torno al 60 a.C., junto con otros pueblos germanos, instigado por los arvernos y sécuanos, que querían derribar la supremacía de los heduos en la Galia. Se apropiaron de una parte del territorio de los sécuanos, y derrotaron en combate a los heduos, pidiéndoles un tributo a cambio de no atacarles. Durante dos años, los sécuanos, heduos y otros pueblos galos sufrieron la crueldad de Ariovisto, y por ello pedían ayuda a César.

César atendió a estas súplicas y pidió una entrevista con Ariovisto, a lo que él se negó, e instó a César a que fuera él quien fuera a verle. Él así lo hizo, y tomando sus tropas avanzó sobre el territorio de los sécuanos al encuentro de Ariovisto. Ambos se entrevistaron, y César hizo le hizo llegar las peticiones de los galos, pero Ariovisto apelaba al derecho de guerra de hacer su voluntad con los vencidos. En medio de la entrevista, los guardias de Ariovisto atacaron a los de César, con este hecho, dio él por concluida la entrevista, y decidió que era momento de atacar al ejército suevo.

César avanzó con sus legiones y se enfrentó a Ariovisto en los Vosgos, situado a la actual Alsacia. Las seis legiones de César hicieron frente a los temibles guerreros germanos. La batalla resultó ser un éxito, y las bajas germanas eran incontables. Los supervivientes huyeron, y cruzaron como pudieron el Rin, entre ellos Ariovisto.

Así, con la Galia pacificada, llegó el invierno, y César debía prepararse para lo que sucedería el próximo año, estén atentos…

viernes, 16 de noviembre de 2012

La Galia y sus pueblos

Gallia est omnis divisa in partes tres… Así es como empiezan los “Comentarios a la guerra de las Galias” un libro escrito por Julio César donde narra con todo lujo de detalles las exitosas campañas que llevó a cabo este procónsul, para convertir en nada más que ocho años, a la Galia en la nueva provincia romana. Antes de empezar a contarles cómo se desarrolló la guerra, procederé a hacer una descripción previa de la Galia y sus muy distintos pueblos.

A pesar de que César divide la Galia en tres partes, yo antes la dividiría en dos principales zonas geográficas. Una de ellas es la Galia Cisalpina, que ya ha sido mencionada en anteriores entradas. Como su propio nombre indica, se encuentra “más acá de los Alpes”, tomando como punto de referencia Roma; es decir, que estaba al sur de los Alpes, correspondía aproximadamente al valle del Po. Esta tierra ya había sido conquistada con bastante anterioridad por los romanos, y sus habitantes adquirieron protagonismo cuando se unieron al ejército de Aníbal. Pero ahora, la Galia Cisalpina no era más que una provincia pacificada, que ya no daba problemas.

Por otro lado, tenemos a la Galia Transalpina, que es la Galia que está “más allá de los Alpes”, lo que aproximadamente corresponde a las actuales Francia, Suiza y Bélgica. Se trata de una inmensa extensión, habitada por pueblos muy heterogéneos y para nada unidos. Constantemente se hacían la guerra mutuamente. El término galo, es la traducción al latín de la palabra celta. Luego muchos de estos pueblos, aunque no todos, eran de origen celta.

La Galia Transalpina se dividía a su vez en cuatro zonas geográfico-étnicas. Una de ellas era la Galia Narbonense, que ya había sido conquistada por Roma. Comprendía una franja de terreno galo desde los Pirineos, hasta los Alpes. Se trataba de una provincia muy importante, ya que unía por tierra Roma e Hispania. No obstante, los romanos más coloquialmente no la conocían como Galia Narbonense, sino simplemente “La Provincia”. Sus habitantes aún no estaban muy romanizados, por lo que llegarían a tomar un papel contra los romanos en la inminente guerra. Los más importantes de ellos eran los alóbroges y los volcos, pueblos de origen celta y muy belicosos.

Otra zona era Aquitania, que comprendía un pequeña franja de terreno entre los Pirineos y el río Garona, aproximadamente corresponde a la actual provincia francesa de Aquitania. Se trata de una tierra independiente, a diferencia de la Provincia o de la Cisalpina. Sus pueblos no son de origen celta y hablan un idioma distinto, que se cree que pueda ser el euskera arcaico. Y tienen más similitud con sus vecinos iberos que con los galos. De entre ellos, encontramos pueblos como los sociates, tarbelos, garunos, ptianios, elusates, gates, etc.

Por otra parte, tenemos la Galia Céltica, que es la Galia propiamente dicha. Como su propio nombre indica, sus pueblos son de origen celta, y ocupan la mayor parte de la Galia. Al sur limitan con Aquitania, en el río Garona, y también con la Provincia. Al norte limitan con Bélgica, en los ríos Mátrona (Marne) y Sécuana (Sena). Y por último, limitan al este con Germania, en el Rin. Encontramos diversos pueblos en esta extensa zona. Los más importantes se hallan en el interior, como los heduos, que son los más poderosos y además aliados de Roma, o los senones, boyos, mandubios, parisios, lexovios, lemovices, arvernos, bituriges, aulercos, secuanos, carnutes, leucos, tréveros, helvecios, etc. En concreto, los boyos y los senones habían cruzado los Alpes en el pasado y se asentaron en Italia. Los senones en una ocasión incluso lograron entrar en Roma, aunque se marcharon tras pagar un rescate. Ambos pueblos, fueron posteriormente empujados al norte, a la Galia Cisalpina, y después con la conquista de éste, cruzaron los Alpes y se asentaron allí.

También debemos mencionar los pueblos más costeros, que se situaban en la zona de la actual Bretaña, conocida entonces como Aremórica. Eran de origen celta, y usaban las numerosas penínsulas que había a lo largo de la costa como fortalezas. Entre ellos, los más fuertes eran los vénetos, que poseían una importante flota en el Atlántico. También encontramos a los venelos, osismos, pictones, sántonos, venelos, andes, redones y coriosolites.

Por último, tenemos a Bélgica, donde habitaban los belgas, que no eran celtas, sino germanos que habían cruzado antaño el Rin para asentarse en la Galia. Sus límites abarcan desde el río Rin hasta el Sena y Marne. Se trata de un pueblo muy belicoso, debido a su origen germano, y es por ello que presentarían una férrea resistencia a la invasión romana. De entre ellos, los más relevantes son los remos, suesiones, nervios, eburones, atrebates, ambianos, atuáticos,  y belóvacos. También, situados más a la costa, tenemos a los mórinos y menapios.

Éste es el panorama al que se enfrentará Julio César a la hora de acometer tamaña hazaña, conquistar y pacificar toda la Galia. Ése era el cometido principal por el que César será recordado por los siglos de los siglos. Bien, empecemos pues…

domingo, 11 de noviembre de 2012

La conspiración de Catilina y el Triunvirato

Nos encontramos en el año 63 a.C. Un ambicioso romano decide presentarse a cónsul, su nombre es Lucio Sergio Catilina. En aquellas elecciones también participaban Antonio Híbrida y Marco Tulio Cicerón, el famoso orador romano, que había decidido pasar a optar a la más alta magistratura de la República.

Catalina sufre una amarga derrota electoral, Cicerón e Híbrida serían los cónsules para ese año. Pero su ambición política no le dejaría abandonar. Logró atraer a muchos seguidores a su bando, con la intención de formar una rebelión. Tal conspiración, incluso entonces, era muy difusa, y no estaba bien claro quiénes eran los conspiradores. Se cree que Craso y César pudieron conocerla, o incluso tomar parte, pero no se pudo demostrar.

El propio Cicerón ya sospechaba que Catilina estaba tramando algo. Fue Craso quien hizo llegar a Cicerón unas cartas escritas por Catilina donde se evidenciaba su conspiración. Inmediatamente, él dio la voz de alarma. Catilina logró escapar de Roma y se dirigió al norte. Mientras, Cicerón pronunció un discurso en el Senado contra Catilina, las famosas catilinarias, donde ponía al descubierto aquel complot. El Senado decidió apresar a todos los conspiradores y fueron ejecutados.

En el norte, Catilina reclutó algunas milicias. No obstante, llegó Híbrida al mando de un ejército y lo borró de la faz de la Tierra. Catilina murió en combate. La República estaba a salvo de nuevo.

César, ya libre de toda sospecha, podía continuar con su ascenso político. Anteriormente, tras su encontronazo con Sila, fue cuestor en Hispania y después edil, se había ganado el respeto de la plebe, siguió la estela de su tío Mario, para convertirse en un destacado partidario de los populares. En el año 61 a.C., es enviado a Hispania como propretor, allí realizó importantes campañas de pacificación contra los lusitanos, ya casi toda Hispania era parte de la República de Roma, un año después regresa a Roma.

También en el 61 a.C., Pompeyo regresa de su exitosa campaña en Oriente, y se celebró un gran triunfo para conmemorar su victoria, incluso mandó construir un teatro, ya que por aquel entonces Roma no disponía de ninguno. El Senado temía la creciente popularidad de Pompeyo, entre ellos, Marco Porcio Catón, cuyo homónimo bisabuelo había participado en la segunda guerra púnica y fue principal promotor de la destrucción de Cartago, lean entradas anteriores si no lo recuerdan. Catón era un hombre muy recio y conservador, amante de las tradiciones y fiel defensor de la República, de moral férrea y muy crítico hacia los vicios. No vio con buenos ojos que César y Pompeyo, dos hombres inmensamente populares, empezaran a entablar amistad, y es que ambos tenían intereses comunes.

César decidió aprovechar su popularidad y el apoyo de Pompeyo para ser cónsul en el año 59 a.C. Catón y los optimates presentaron a su propio candidato, Bíbulo, y finalmente ambos fueron elegidos cónsules. Craso, a pesar de ser enemigo político de Pompeyo, estaba aliado con César, y éste actuó de mediador entre ambos y logró que Craso se aliara con Pompeyo, de modo que los tres juntos formaron una alianza política conocida como Triunvirato.

Catón observó esto con miedo y sorpresa. Ahora que a Pompeyo y César se les había unido Craso, el hombre más rico de Roma, los tres acumulaban mucho poder y popularidad. Catón temía por la supervivencia de la República, y por ello inició una campaña contra el consulado de César y el Triunvirato. Usó al otro cónsul, Bíbulo, para lograr tales fines. Se oponía a todas les leyes propuestas por César, entre ellas una polémica reforma agraria, pero estas leyes fueron aprobadas a pesar de los esfuerzos de Catón. La unión con Craso y Pompeyo le estaba resultando muy útil a César. También, para fortalecer esta alianza, casó a su hija Julia con Pompeyo.

El consulado de César ya se estaba acabando, y después sería destinado como procónsul a alguna provincia. Logró que se le asignasen tres provincias: Iliria, la Galia Cisalpina y la Galia Narbonense, durante un periodo de cinco años. De modo que, en el 58 a.C., marchó hacia el norte, hacia la Galia, donde viviría una aventura que ni él mismo se lo imaginaba…




domingo, 28 de octubre de 2012

Las campañas de Lúculo y Pompeyo en Oriente

Paralelamente a estos acontecimientos, antiguas amenazas crecían en Oriente. Pues no olvidemos que el rey Mitrídates no estaba totalmente derrotado. Seguía gobernando en Ponto. Desde allí, y mientras los romanos luchaban entre sí, Mitrídates se estaba rearmando. En el 83 a.C., el general Murena se percató de esto y decidió hacer una invasión preventiva, que resultó ser un fiasco y tuvo que retirarse. Estos actos serían conocidos como la segunda guerra mitridática, aunque sus implicaciones históricas son realmente escasas.

Años después, en el 74 a.C., mientras Pompeyo luchaba en Hispania contra Sertorio, Mitrídates hizo un pacto con Sertorio, por el que éste debería ayudar al monarca a entrenar su ejército al estilo romano. Este hecho hizo disparar las alarmas de la República, pues era ciertamente preocupante que enemigos comunes confabularan contra ella. Fue así como se decidió preparar un ejército e invadir Ponto para acabar con Mitrídates de una vez por todas.


El encargado de tal empresa fue el cónsul Lucio Lúculo, junto con su colega Marco Aurelio Cota. Desembarcaron en Asia, y comenzaron su campaña contra Mitrídates. El comienzo fue un desastre, Cota y su armada fueron derrotados por las fuerzas de Mitrídates, aunque afortunadamente Lúculo se puso en marcha para rescatar a su compañero. Entonces, Mitrídates cambió de planes, puso rumbo sur hacia la provincia romana. Esta vez las cosas no resultarían ir tan bien como en su primera vez. Lúculo se dedicó a hostigarle desde lejos, cortando sus líneas de suministros y desgastando sus fuerzas. Al final, cuando llegó el invierno tuvo que retirarse a su reino.

Al año siguiente, Lúculo invade Ponto con gran éxito, Mitrídates es derrotado varias veces, hasta que finalmente, en el 71 a.C., prácticamente todo el reino estaba bajo dominio romano. Mitrídates escapó hacia el sur, hacia el reino de Armenia, gobernado por el rey Tigranes, a quien pidió refugio, y éste se lo concedió.

Lúculo inició conversaciones con Tigranes para lograr que éste le entregara a Mitrídates. Resultaron ser un fracaso, y Lúculo optó por la opción militar e invadir Armenia. En el 69 a.C., el valiente general romano penetró en el inexplorado y exótico reino de Armenia, que estaba más lejos de lo que ningún romano había estado. El país comprendía una extensa franja de terreno, desde las fronteras de la República, en Asia menor, hasta las fronteras del Imperio Parto, situado en la actual Iraq. Tigranes gobernaba Armenia en su apogeo, que no duraría mucho.

Lúculo se dirigió directamente hacia la capital de Armenia, Tigranocerta. El rey movilizó inmediatamente al grueso de sus fuerzas para defender la ciudad que llevaba su nombre. Cuando Lúculo llegó a su objetivo, Tigranes observó lo poco numeroso que era el ejército romano y se rió. Dijo que eran demasiado numerosos para ser una embajada, pero demasiado escasos para ser un ejército. Seguro que no le hizo tanta gracia cuando tuvo que huir de la ciudad con el rabo entre las piernas. Pues Lúculo arrasó el ejército armenio y también su preciada capital. Desde entonces, Tigranes y Mitrídates se convirtieron en unos fugitivos, a los que Lúculo persiguió sin piedad por toda Armenia.

Pero la suerte de Lúculo estaba a punto de acabarse. En el 68 a.C., cuando estaba a punto de tomar Artaxarta, una importante ciudad armenia, su ejército se amotinó. El motivo era las enormes penurias que estaban pasando al estar tantos años en campaña en aquel extraño país tan lejos de su patria. Habían recorrido ingentes distancias a lo largo y ancho de Armenia, y para colmo, debido a la política de Lúculo de tratar bien a la población conquistada, no podían acometer pillajes para enriquecerse. Todo ello los llevó a declararse en huelga, y Lúculo permaneció inmovilizado en Armenia desde entonces. Por otro lado, Mitrídates había regresado a Ponto y había restaurado su poder. Armó rápidamente unas cuantas tropas, y logró pequeñas victorias contra las guarniciones romanas de Ponto.

Mientras tanto, Roma padecía una grave crisis alimenticia. El motivo eran los piratas del Mediterráneo, que interceptaban los barcos de grano provenientes de Hispania y Egipto. Este problema se hizo tan grave que se desencadenó una hambruna, y el pueblo pedía una solución urgentemente. El Senado se hizo eco de esta situación, y nombró al hombre del momento, a Pompeyo, para que solventase la situación. Además, se le destituyó a Lúculo, y se le dio a Pompeyo el mando de la guerra en Oriente.

En el 67 a.C., el Senado dotó a Pompeyo de unos recursos ingentes para realizar su campaña contra los piratas. Contra todo pronóstico y en apenas tres meses, Pompeyo había barrido a todos los piratas, acabando con este grave problema. Al año siguiente, se dirigió hacia Oriente para hacerse cargo de las legiones de Lúculo.

Lúculo tuvo que regresar a Roma humillado, mientras Pompeyo se volvía hacia el norte, donde logró derrotar al renovado Mitrídates, quien tuvo que escapar una vez más. Tigranes rechazó recibirle de nuevo, e inició conversaciones con Pompeyo. Ambos firmaron un pacto de paz por el que Tigranes seguiría siendo rey, pero Armenia quedaría subordinada a la autoridad de la República de Roma. Terminó así la tercera guerra mitridática, en el 65 a.C.

Después de estos hechos, Pompeyo decidió buscar más gloria y volvió sus ojos hacia Siria. Aquel reino era todo lo que quedaba del antiguo Imperio Seléucida, cuyo gobernante más famoso, Antíoco III, ya se había enfrentado a Roma y había sido derrotado (como ustedes ya recordarán de entradas anteriores). Desde entonces Siria entró en decadencia, y por aquella época ya no tenía fuerza suficiente para hacer frente a una invasión. Pompeyo entró en Siria en el 64 a.C. y la convirtió en una nueva provincia romana. El rey de Siria, Antíoco XIII, escapa pero es asesinado poco después.

Un año más tarde, Pompeyo decide seguir avanzando hacia el sur, hacia el reino de Judea. Allí logra una gran victoria al conquistar Jerusalén. Es entonces cuando recibe la noticia de que Mitrídates, incapaz de hacer frente ya a los romanos, se ha suicidado. Pompeyo regresa a Roma, con una multitud de territorios conquistados. Prácticamente todo Oriente se halla sometido a Roma, salvo el Imperio Parto, que dará en el futuro más de un quebradero de cabeza.

domingo, 21 de octubre de 2012

La guerra de Sertorio y Espartaco

A pesar de la muerte de Sila, todavía muchos de sus partidarios dominaban las instituciones de la República de Roma. Los más importantes eran Pompeyo, el gran genio militar y Craso, el hombre más rico de Roma. No obstante, los aires de cambio llegaban Roma, y algunas de las leyes silanas fueron derogadas. Quedaba aún el problema de Hispania. Metelo había fracasado en su intento de derrotar a Sertorio. Pompeyo entonces se propuso como solución y pidió que se le dieran legiones para ir a Hispania. El senado lo aceptó, y Pompeyo se puso en marcha.

En el año 77 a.C., Pompeyo surge de los Pirineos, marchando hacia el sur, con el objetivo de unirse con Metelo. Sufrió un fracaso inicial, aunque finalmente fue socorrido por Metelo. Conquistar Hispania era tarea difícil, porque Sertorio usaba unas tácticas guerrilleras aprendidas de los celtíberos, aquello unido al terreno montañoso hispano, hizo que la guerra tuviera que alargarse años.

Pompeyo entabló amistad con los vascones del norte, un pueblo situado en la actual Navarra. Pasó el invierno del 75 a.C. en territorio vascón, y refundó allí la aldea de Iruña, como Pompaelo, que después se convertiría en Pamplona.

A partir del 73 a.C., la guerra ya estaba decantándose del lado de Pompeyo, cuando arrinconó a Sertorio en el extremo noroccidental de la península. También conquistó Tarraco, un importante bastión sertoriano.

Al año siguiente, Sertorio murió traicionado por un oficial suyo, tras lo cual, a Pompeyo le resultó fácil ganar la guerra. Y al fin, en el 71 a.C., la resistencia sertoriana había sido borrada de la península ibérica. Pompeyo se disponía a regresar a Roma. 

Volvamos dos años atrás, hacia el 73 a.C., donde las cosas en Roma no iban para nada bien. Tuvo lugar una revuelta de esclavos gladiadores en Capua. Ellos estaban liderados por Espartaco, un tracio que había servido como auxiliar en las legiones romanas. Apenas eran un centenar de hombres, pero cada vez se les unían más. Los esclavos de Italia pasaban por una penosa situación de sobreexplotación infrahumana, lo cual generó un gran descontento y odio que Espartaco aprovechó para su rebelión.

Acudió un pretor para acabar con él. Espartaco se hallaba en el monte Vesubio. Sus soldados tejieron unas cuerdas y con ellas bajaron un precipicio que les llevaba directamente al campamento romano. Todos ellos fueron masacrados, y la rebelión era ya un asunto serio. Espartaco llegó a tener bajo su mando 120.000 esclavos rebeldes.

En el 72 a.C., los esclavos ponen rumbo al norte, hacia la Galia, con el objetivo de abandonar las fronteras de la República. En el norte, logran derrotar a los cónsules que se interponían en su camino, pero cambian de parecer, y deciden dar media vuelta y regresar a Italia. Allí llevan a cabo un sistemático saqueo vengativo de las villas y tierras de los ricos. Roma estaba constantemente amenazada por esta banda de esclavos, de la que eran incapaces de deshacerse.

Es en ese momento cuando se alza Craso, que se erige como salvador de Roma. Logra el mando de dos legiones, y además con su propio dinero recluta a otras seis, de manera que tenía bajo su mando un inmenso ejército. En el 71 a.C. comienza su campaña personal contra Espartaco. Inicialmente Craso sufre una derrota, lo que le enfureció mucho, y se lanzó a la persecución de Espartaco con la máxima crueldad, juró que crucificaría a todo esclavo que se rebelase contra Roma.

Craso logra acorralar a Espartaco en el sur de Italia, tenía la victoria a su alcance. En ese momento llegaron las noticias de que Pompeyo regresaba de Hispania con sus legiones. Espartaco logró escapar de ese acorralamiento y huyó al norte.

Pompeyo ya había llegado a Italia y se dirigía hacia él. Espartaco estaba atrapado, y decidió plantar batalla a Craso. Sufrió una gran derrota y murió en la batalla, junto con muchos de sus compañeros rebeldes. Algunos lograron huir, pero se encontraron con Pompeyo, quien les masacró.

Pompeyo fue quien se llevó la mayor parte de la gloria, aunque derrotar a Espartaco hubiera sido obra de Craso, era una victoria pequeña, por ser sobre esclavos, y no obtuvo ningún triunfo, aunque sí una ovación. Pompeyo, en cambio, sí que obtuvo un triunfo gracias a sus campañas en Hispania. Esto le provocó a Craso mucho resentimiento contra Pompeyo. Aun así, fue Craso quien decidió qué hacer con los rebeldes que habían sido hecho prisioneros. Cumpliendo su juramento, mandó crucificarlos a todos a lo largo de la vía Apia, miles de rebeldes yacían clavados en las cruces, y el olor de sus cadáveres en putrefacción inundó los alrededores de la vía Apia, ya ningún esclavo más osaría rebelarse contra Roma.


Al año siguiente, Craso y Pompeyo hicieron un pacto y lograron ser cónsules. Pompeyo inició una serie de reformas para abolir muchas leyes silanas y devolver derechos al pueblo. Esto le dio muchísima popularidad entre la plebe. Era el conquistador y el defensor del pueblo romano, no se podía pedir más. No obstante, las guerras para Roma estaban lejos de haberse acabado…

domingo, 14 de octubre de 2012

La guerra civil y la dictadura de Sila

Mitrídates era ahora el principal enemigo de la República, y había que enviar inmediatamente legiones hacia Oriente. Hubo un intenso enfrentamiento entre Mario y Sila por ver quién tendría el mando.

Nos encontramos en el año 89 a.C., y la guerra contra los rebeldes samnitas no había terminado. Sila había conseguido enormes victorias contra ellos y los había hecho retroceder hasta la ciudad de Nola, la cual estaba siendo asediada por las legiones de Sila. Él era ahora el hombre del momento, y Mario más bien un gloria pasada, pues ya había pasado mucho tiempo desde la guerra de Yugurta y las invasiones germanas.

Sila regresó a Roma para presentarse a las elecciones de cónsul. Logró vencer, siendo cónsul durante el 88 a.C., y aparte del consulado, consiguió también el ansiado mando de la guerra contra Mitrídates. De modo que pudo volver y continuar el asedio de Nola.

Esto no era bien visto por Mario, tuvo que soportar como su enemigo político recibía el mando de aquella guerra, que él deseaba para sí, y estaba dispuesto a conseguirlo. Se alió con Sulpicio Rufo, tribuno de la plebe, y juntos lograron arrebatar a Sila el mando de la guerra, que fue inmediatamente conferido a Mario.

Cuando estas noticias llegaron a oídos de Sila, estalló en furia. Entonces tomó una decisión trascendental para el futuro de Roma. Estaba él al mando de seis legiones totalmente fieles a él. Así que dejando una de ellas para continuar el asedio, marchó con las demás hacia el norte, hacia Roma.

Las noticias no tardaron en llegar, Sila marchaba contra Roma. Era la primera vez en la historia que un general decidía traspasar las sagradas murallas de Roma con un ejército armado, en son de guerra. El Senado envió varias embajadas para intentar lograr la paz. Sila aceptó, pero no era más que una distracción, se lanzó como un rayo contra la ciudad y entró en ella. Mario y Sulpicio huyeron de la ciudad. Sulpicio enseguida fue capturado y ejecutado. No obstante, Mario logró escapar de los matones de Sila, y llegó a África, donde pudo refugiarse.

Sila mandó derogar todas las leyes promulgadas por Sulpicio y ordenó al Senado que le volviera a otorgar el mando de la guerra contra Mitrídates. El Senado obedece, no tiene elección, Sila tenía el control absoluto sobre Roma.

Las elecciones para elegir a los cónsules del 87 a.C. se celebran bajo la atenta mirada del nuevo señor de Roma. Los nuevos cónsules son Cneo Octavio, partidario de los optimates, y por tanto del agrado de Sila, y Lucio Cornelio Cinna, partidario de los populares. Esta elección disgustó mucho a Sila, pero respetó la voluntad del pueblo. Eso sí, antes de partir hacia oriente, dejó bien atados todos los cabos, para evitar que sus enemigos volvieran en su ausencia.

De ese modo, aquel 87 a.C., Sila toma sus legiones y desembarca en Grecia, donde las ciudades se le rinden a él, excepto Atenas. La famosa ciudad griega estaba muy crecida en su recién adquirida independencia y se mostraba arrogante. Sila no tuvo piedad. Sometió la ciudad a un brutal asedio y cuando la conquistó en el 86 a.C., las legiones arrasaron literalmente la ciudad.

Posteriormente Sila marchó al norte, donde había desembarcado un ejército póntico enviado por Mitrídates. Sila se enfrentó en la batalla de Queronea a más de 100.000 hombre, que casi triplicaban su ejército. Aun así, con su ingenio militar, y el uso de artillería y trincheras, logró frenar su avance y aniquilarles. Casi todos los soldados pónticos fueron masacrados.

Al año siguiente Mitrídates envió otro ejército, al que Sila se enfrentó en Orcómeno, una fuerza el doble de numerosa que la suya. Nuevamente su ingenio militar acorraló a los atemorizados pónticos, que también fueron masacrados.

Tras estas dos derrotas, Mitrídates estaba prácticamente vencido, y decidió parlamentar con Sila. Éste tenía mucha prisa por acabar la guerra, pues sus enemigos políticos habían regresado a Roma y le habían condenado a muerte. Sila y Mitrídates llegaron al pacto de no continuar la guerra, y Mitrídates a cambio devolvería a Roma todos los territorios en Asia que había conquistado. Así, termina la primera guerra mitridática en el 85 a.C. Los habitantes de la provincia de Asia, serían sufridores de una brutal venganza por haberse rebelado contra Roma, en forma de más abusivos impuestos.

Pero volvamos al año 87 a.C. para conocer lo que ocurrió en Roma en ausencia de Sila. Los dos cónsules, Octavio y Cinna, estaban muy enfrentados entre sí, hasta tal punto que estalló la guerra entre ellos. Octavio expulsó a Cinna de la ciudad. Cinna, humillado, se dirigió hacia el sur, hacia Nola, que seguía siendo asediada por una legión. Logró que esa legión se uniera a su causa. También consiguió que Mario regresara de África con un nuevo ejército.

Así, los dos juntos marcharon sobre Roma y se hicieron con la ciudad. Allí se vengaron de todos los partidarios de Sila, cometiendo grandes masacres. Entre ellos, fue asesinado el cónsul Octavio.

La ciudad estaba ahora en manos de los populares, y para el año 86 a.C, Mario y Cinna fueron elegidos cónsules. Pero poco tiempo después, Mario murió por causas naturales, en su séptimo consulado.

Hasta el 84 a.C., Cinna sería elegido cónsul, junto con Cneo Papirio Carbón, de modo que concatenó tres años de consulado. Durante ese tiempo se dedicaría a preparar su ejército para el inminente regreso de Sila, que había vencido a Mitrídates. No obstante, cuando se aprestaba a desembarcar en Grecia para sorprender a Sila, su ejército sufrió un motín y fue asesinado, por lo que Papirio Carbón quedó solo en su liderazgo popular. Aunque también apareció en escena el joven Mario, hijo del Mario siete veces cónsul, que participó como general en la guerra contra Sila.

Sila no estaba solo, tuvo muchos apoyos. Uno de los más importantes fue Marco Licinio Craso, un hombre extremadamente rico, cuyo padre había sido asesinado cuando los populares se hicieron con Roma en el 87 a.C. Él estaba exiliado en Hispania, pero empleando su dinero, formó un ejército y marchó hacia Grecia para unirse a Sila.

Finalmente, en el 83 a.C., Sila desembarca en Italia. El hijo de Pompeyo Estrabón, Cneo Pompeyo, decide unirse a Sila. Recluta un ejército en Italia y marcha para unirse a él. Por el camino, logró grandes victorias sobre los ejércitos populares, logrando así gran fama.  

En el año 82 a.C., Papirio Carbón y el joven Mario fueron elegidos cónsules. Mario logró que los samnitas se unieran a su causa, pero no fue suficiente. Los ejércitos populares y samnitas fueron vencidos en sucesivas batallas. La última batalla se libró frente a Roma, y dejó a Sila como vencedor absoluto. Sólo quedaba el joven Mario acorralado en la ciudad de Praeneste. Allí fue asesinado y la ciudad se rindió a Sila.

Roma estaba totalmente a merced de Sila. La guerra había acabado. Papirio Carbón huyó a África, y los que no lo hicieron lo pagaron caro. Sila redactó unas largas listas de proscritos, donde aparecían todos sus enemigos, partidarios de Mario y Cinna, se les ejecutaba y se les confiscaba sus bienes. Así, se desató en Roma una orgía de sangre y muerte, los cazarrecompensas florecieron por doquier, matando a proscritos a cambio de una buena paga.

Uno de los objetivos de Sila era el joven Cayo Julio César, quien era sobrino de Mario y estaba casado con Cornelia, la hija de Cinna. Sus vínculos familiares con los populares le convertían en objeto de las persecuciones. No obstante, Sila se apiadó de él, y le ofreció dejarle con vida a cambio de divorciarse de su esposa. Inesperadamente, César rehusa y se ve obligado a esconderse de los matones de Sila. Entonces, la madre de César, Aurelia Cota, que era amiga de Sila, intercede por él y logra que le perdone la vida. Sila cedió muy a regañadientes, afirmando que había diez Marios en el joven César. Él, por su parte, y no de acuerdo con el gobierno de Sila, decide marcharse de Roma y servir en las campañas de Oriente. 

Cuando las cosas en Roma se calmaron, Sila debía pensar en el futuro, qué hacer con la ciudad. Decidió autonombrarse dictador indefinidamente. Durante unos años, se dedicó a elegir a dedo los cónsules que le convenían. E hizo una profunda reforma del sistema de magistraturas de la República de Roma. Uno de los puntos más destacables fue que, para evitar que muchos populares pudieran acceder a puestos relevantes, los que ocupasen el cargo de tribuno de la plebe, no pudieran optar posteriormente a otras magistraturas, ni tampoco promulgar leyes. De esta manera vetaba el consulado a los tribunos de la plebe.

Durante la dictadura de Sila, César estuvo destinado en la isla griega de Lesbos, cuya capital Mitilene aún se oponía al asalto de las legiones romanas. César logró el apoyo del rey Nicomedes de Bitinia, que proporcionó gran parte de su flota. Con ella, las legiones romanas asaltaron Mitilene y tomaron la ciudad. César se ganó la corona cívica gracias a sus actos heroicos durante el asalto. No regresó a Roma hasta que Sila muriera. 

Pompeyo realizó varias campañas para borrar definitivamente a los últimos partidarios de Mario. En el 82 a.C. fue a Sicilia y rápidamente tomó la isla bajo su poder. Capturó a Papirio Carbón y lo ejecutó. Al año siguiente desembarcó en África y reconquistó la provincia, consiguiendo grandes éxitos militares. Tras lo cual, regresó a Roma y solicitó a Sila que le concediera un triunfo. Sila se negó, y Pompeyo decide no licenciar su ejército y amenazar con marchar sobre Roma. Sila no tiene más remedio que ceder y concederle el triunfo. Pompeyo era ahora el hombre del momento, la gente le aclamaba por todas sus victorias. Recibió el sobrenombre de “Magno”, intentando compararse con el conquistador macedonio Alejandro Magno, e incluso imitando su corte de pelo.

Sin embargo, todo el imperio no estaba pacificado aún. Quedaba Hispania aún en manos de Sertorio, partidario de Mario. Sertorio se había aliado con los celtíberos y controlaba gran parte de la península. Sila envió a Metelo Pío para recuperar la provincia, aunque no logró conseguir victorias significativas. 

Finalmente, en el año 79 a.C., Sila abdicó de su cargo como dictador y devolvió el poder al pueblo de Roma, tras haber acometido muchas reformas. Se retiró de Roma a su villa en la Campania, donde murió al año siguiente por causas naturales.