Año
247 a.C., en plena guerra, se produce un acontecimiento histórico, nace Aníbal, hijo de Amílcar. Seis años después, su padre regresó a Cartago, una
Cartago humillada y arruinada. Su poder naval estaba destruido. A pesar de que
aún conservaban el gran puerto de Cartago, habían perdido el resto de sus bases
en el Mediterráneo, que estaban ahora en manos de Roma. El
apuro económico que estaban pasando llegó a tal extremo que ni siquiera podían
hacer frente a las pagas que sus mercenarios reclamaban. Éstos se rebelaron
contra Cartago, y Amílcar fue designado encargado de sofocar esta rebelión. Tras
años de guerra, dicha rebelión fue aplastada.
Aun
así, los problemas económicos no habían cesado. Y Amílcar comprendió que tal
vez, la rica tierra de Hispania, pueda proporcionarles toda la riqueza que
precisaban. Fue así como con un ejército, Amílcar partió de su patria y se
dirigió hacia las columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar), para empezar una
campaña militar contra Hispania. Aníbal, que tan sólo era un niño, acompañó a
su padre, y nada más cruzar el estrecho, éste le ordenó hacer un juramento a su
hijo. Ante el altar de Ba’al, Aníbal juró odio eterno a Roma. Un odio que probablemente
ya le habría inculcado a su hijo con anterioridad, pero de esta manera, Aníbal
tenía su destino atado a Roma. Amílcar no pudo vencer a los romanos en Sicilia,
pero ahora convertía a su hijo en el instrumento de la venganza. Fue una losa
que cargaría Aníbal por el resto de su vida.
Amílcar
logró grandes conquistas en Hispania. Tomó las minas de plata situadas al sur
de Hispania, en la zona de Turdetania, estas minas supusieron un gran flujo de
riqueza hacia Cartago. Tras esto, avanzó por la costa derrotando a los iberos,
y expandiendo hacia el este la nueva provincia púnica de Hispania. En un enfrentamiento
contra una tribu ibera rebelde, cae Amílcar, uno de los mayores generales de Cartago. Durante la guerra en Hispania, Aníbal había permanecido junto a su padre, formándose como
estratega militar, uno de los mejores de toda la historia.
Le
sucede en mando su yerno Asdrúbal el Bello, quien consolidó las posesiones
cartaginesas en Hispania. Ante la expansión púnica por la península ibérica,
Roma decidió actuar, temerosa de una nueva guerra. Se firmó el tratado del
Ebro, que establecía que los cartagineses jamás debían cruzar aquella frontera
natural. Además de esto, Asdrúbal es famoso por la fundación de Cartago Nova
(actual Cartagena) en el año 225 a.C., que se convertiría en la capital de los
dominios cartagineses en Hispania. Cuatro años después, fue asesinado.
El
encargado de sucederle fue Aníbal Barca. Fue su oportunidad para
aplicar los conocimientos militares que había aprendido. Así, continuó la
expansión hacia el norte, fijando la frontera a orillas del río Ebro. Destacan las
campañas que realizó contra los carpetanos del centro de la península.
Ahora
Aníbal poseía un gran ejército de mercenarios leales a él, toda una provincia
rica en recursos y hombres para su ejército, y una importante base de
operaciones en Cartago Nova. Había llegado el momento de saldar la deuda que
tenía con su difunto padre, y hacer cumplir su juramento. Debía conseguir una
guerra contra Roma.
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