Roma
estaba sumida en una profunda crisis. La derrota de Trebia fue un ataque
directo a la moral romana. Había
que detener a Aníbal como fuera. El nuevo año llegó, y con él las elecciones. Fueron elegidos
como cónsules aquel año Cayo Flaminio y Cneo Servilio Gémino. Tomaron entonces
el mando de la guerra contra Aníbal. Cada cual recibió un ejército consular y
se lanzaron hacia el norte.
Aníbal
ya se encontraba en Etruria y a poca distancia del ejército de Flaminio. Éste era
un buen político, pero militar mediocre. Fue en busca de Aníbal sin esperar a
reunir sus fuerzas a las de Servilio.
Una
mañana de junio de 217 a.C., Flaminio marchaba con sus tropas, bordeando el
lago Trasimeno. Ese día había una intensa niebla, por lo que la visibilidad era
casi nula. De repente, flechas, dardos, jabalinas y todo tipo de proyectiles
empezaron a emerger de la nada. Después emergieron soldados, que se lanzaron
sin piedad contra ellos. El ejército romano estaba atrapado entre el lago y los
guerreros cartagineses. La batalla estaba perdida nada más empezar. El cónsul
Flaminio luchaba con valentía, pero totalmente rodeado, no podía hacer nada, ni
siquiera para escapar. Él, al igual que la mayoría de sus soldados, cayó en el
campo de batalla. Algunos legionarios intentaron escapar nadando por el lago. Muchos
de ellos morían ahogados por el peso de sus armaduras o atravesados por las
flechas que se lanzaban desde la orilla. Pronto todo el lago se tiñó de rojo,
de sangre romana. Los supervivientes fueron hechos prisioneros, y muy pocos
escaparon, la derrota fue total.
Las
noticias que llegaban a Roma fueron demoledoras. La moral romana se hundió por
los suelos. La ciudad se hallaba sumida en una especie de histeria colectiva,
de la que el propio Senado no era indiferente. Ya no sabían qué hacer, todos
los ejércitos que habían mandado contra Aníbal fracasaron. Fue entonces cuando el
viejo senador Quinto Fabio Máximo mantuvo la calma y la cabeza fría. Los senadores,
desesperados, vieron en él el camino para la salvación. Tomaron una decisión extraordinaria,
nombrar a Fabio Máximo dictador por un plazo de seis meses, y Quinto Minucio Rufo
fue elegido magister equitum,
desplazando del poder al aún cónsul Servilio.
Fabio
Máximo recibió el mando de cuatro legiones (dos ejércitos consulares
completos), y puso en práctica su propia estrategia para acabar con Aníbal.
Sabía que no podría derrotarle en una batalla campal, como se había demostrado
en dolorosas anteriores ocasiones. De modo que comenzó una política de no
enfrentamiento. Se dedicaba a perseguir a Aníbal, evitando entrar en combate.
Le cortaba las líneas de suministros, le dificultaba el paso, quemaba tierras
romanas para que Aníbal no pudiera hacer uso de ellas. En definitiva una guerra
de desgaste lento. Hasta ahora, esta política era la que más efecto había
surtido sobre Aníbal, que empezaba a ver cómo su ejército se debilitaba. Sabía que
no se enfrentaba a un cualquiera, como lo hizo en Trebia o Trasimeno. Este hombre
era distinto, no se le engañaba con facilidad.
En
una ocasión, incluso estuvo a punto de derrotar a Aníbal. Éste, en un fallo
estratégico por su parte, se había metido en un estrecho valle, totalmente
rodeado por las tropas romanas. Fabio Máximo estuvo a punto de ejecutar su
venganza en nombre de Roma, cuando el ingenio de Aníbal se interpuso en su
camino. El general púnico ordenó en plena noche atar antorchas en unas reses y
lanzarlas directamente contra el ejército romano. En medio de la noche, Fabio
Máximo los confundió con tropas cartaginesas que se dirigían hacia ellos. Cuando
se dio cuenta, Aníbal ya había escapado con su ejército.
El
Senado, impaciente y harto de esta política de no enfrentamiento, deseaba un
cambio en el rumbo de la guerra. Sabían que el magister equitum, Minucio Rufo, era más favorable a enfrentarse de
una vez por todas con Aníbal. Así que hicieron una pequeña triquiñuela legal. Elevaron
los poderes del magister equitum al
de dictador. De esa manera, Fabio Máximo y Minucio Rufo eran como dos cónsules
de facto. El ejército se dividió. Minucio Rufo tomó sus dos legiones y fue
directamente contra Aníbal.
El
temerario magister equitum se
enfrentó con Aníbal, y como era de esperar, no estaba venciendo. Iba a tener
otra derrota completa como la de Trebia o Trasimeno. Sin embrago, cuando menos
lo esperaban, apareció Fabio Máximo con sus dos legiones. Aníbal no se
arriesgó, y realizó una retirada táctica por prudencia. Fue una victoria romana
muy relativa y para nada decisiva, pero era el mejor resultado que habían
tenido los dos últimos años contra Aníbal.
Desde
aquel suceso, Minucio Rufo no cuestionó la actuación militar de Fabio Máximo, y
su política de no enfrentamiento se mantuvo hasta el final de su dictadura.
En
contrapunto a toda esta dramática situación que estaban sufriendo los romanos a
causa de Aníbal, encontramos a Hispania. Aquel año el recién nombrado
procónsul de Hispania, Escipión padre, que se había recuperado de sus heridas
de Tesino, desembarcó en Hispania y se unió a su hermano Cneo. Éste ya había
hecho algunos progresos. Logró la lealtad de muchas de las tribus iberas del
norte del Ebro, e incluso derrotó a una armada púnica en la desembocadura del
río Ebro. Juntos, Publio y Cneo Cornelio Escipión iban a conseguir grandes
victorias en Hispania… o eso creían ellos…
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