Aquel
216 a.C. se celebraron elecciones, como cada año. Salieron elegidos cónsules
Marco Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo. El pueblo vio en ellos la esperanza
para terminar con esta guerra. Aquel año hubo un entusiasmo general. Se hizo
una leva masiva de tropas, reuniendo algo más de 80.000 hombres, 8 legiones
completas con sus respectivas tropas aliadas. Una colosal fuerza con la que los
romanos se sentirían seguros. La alta aristocracia romana también estaba
entusiasmada con el nuevo ejército. Muchos miembros de familias patricias y
senadores querían alistarse. Nadie quería perderse la oportunidad de participar
en el futuro éxito militar contra Aníbal. Incluso Escipión hijo formaba parte
del ejército como tribuno. El pueblo tenía esperanza. Ambos cónsules, salieron
de Roma con la intención de salir victoriosos, y tras ellos, 80.000 romanos e
italianos les seguían con paso firme y decidido.
Aníbal
se encontraba muy al sur de Roma, intentando desbaratar la red de alianzas que
poseía Roma por toda Italia, cuando se enteró de lo que se le echaba encima. Se
trataba de todo un reto, él sólo disponía de alrededor de 40.000 hombres. Los romanos
le doblaban en número, pero él debía vencer igualmente. Aníbal atacó la ciudad
de Cannas con el objetivo de atraer sobre sí aquellas 8 legiones. Lo consiguió.
El colosal ejército romano acampó a las afueras de aquella ciudad.
Emilio
Paulo y Varrón tenían el mando compartido del ejército, esto es, que se
alternaban cada día el mando. Emilio Paulo era un hombre prudente, y más
cercano a las tesis de Fabio Máximo de no enfrentarse contra Aníbal, mientras
que Varrón deseaba entrar inmediatamente en combate. Sólo podría haber un
enfrentamiento contra Aníbal los días que Varrón tuviese el mando, y así fue.
La
mañana del 2 de agosto de 216 a.C. ambos ejércitos estaban formados en las
llanuras de Cannas. Los romanos con sus 8 legiones formando en bloque y con la
caballería protegiendo los flancos. Aunque esta vez, Varrón había colocado a
los manípulos inusualmente más juntos entre sí, todo el ejército estaba más
apretado, reduciendo su maniobrabilidad. El ejército cartaginés formaba con la
infantería gala e ibera en el centro y la infantería africana a los flancos. Y junto
a ellos, la caballería. Todo
el ejército estaba encajonado en el río Aufidus, con la idea de que los romanos
no les sobrepasaran los flancos empleando su superioridad numérica. La
infantería gala e ibera estaba más adelantada respecto a los africanos, tomando
el ejército forma de curva.
La batalla comenzó, las caballerías se enzarzaron
en un encarnizado combate desigual. El flanco izquierdo romano, comandado por
Varrón aguantaba la embestida de los jinetes, debido a su superioridad
numérica. No así en el flanco derecho, comandado por Emilio Paulo, más débil
que el izquierdo, cedió al empuje de la caballería enemiga.
Entretanto,
la infantería del centro empezó a combatir. Como era esperable, la brutal
fuerza de los 80.000 hombres era difícil de contener. Sólo habían entrado en
combate los iberos y los galos, mientras que los africanos permanecían en
reserva. El centro púnico retrocedía, y lo que antes tenía forma de curva, con
el centro hacia adelante y los flancos atrasados, se invirtió, con el centro
más atrasado que los flancos. Los manípulos, sin apenas espacio para maniobrar,
empezaron a apelotonarse los unos contra los otros, dando como resultado una
gran maraña de soldados.
En
el flanco derecho romano, la caballería púnica había puesto en fuga a los
jinetes romanos. Y en vez de perseguirles, recorrieron toda la retaguardia
romana hasta llegar al flanco izquierdo, donde luchaba Varrón, y le atacaron por
la retaguardia. La caballería romana de ese flanco también emprendió la huida,
tras lo cual, se fueron directamente a atacar la retaguardia de las legiones.
Al
mismo tiempo, los africanos entraron en combate y atacaron por los flancos. Pronto,
todo aquel formidable ejército romano quedó atrapado en un círculo mortal. No hubo
piedad. Uno a uno, fueron masacrando a todos los soldados romanos que podían.
Varrón
pudo escapar con los supervivientes de la caballería. En cambio, el cónsul Emilio
Paulo, murió luchando heroicamente, aún cuando tuvo oportunidad de escapar. En medio
de aquel caos, se encontraba Escipión hijo, quien organizó a los pocos soldados
que quedaban, y los lanzó contra una parte del ejército enemigo, abriendo una
brecha que les permitió escapar.
Hubo
entre 50.000 y 70.000 bajas en el bando romano. Fue toda una masacre. Alrededor de
10.000 hombres lograron escapar, la mayoría de ellos con Escipión hijo, y
otros 10.000 fueron hechos prisioneros. Aunque las cifras son muy discutidas
por los historiadores.
Escipión
hijo reorganizó a los supervivientes y los llevó hacia el norte, de vuelta a
Roma. Donde la noticia fue recibida con una mezcla de sorpresa y amargura. Decenas
de miles de familias romanas e italianas no volverían a ver a sus seres
queridos, y lo que era peor, se había perdido ya la esperanza de ganar la
guerra contra Aníbal. La rendición de Roma era ya tan sólo cuestión de tiempo.
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