miércoles, 15 de agosto de 2012

La batalla de Zama

Aníbal recibió con amargura aquellas noticias de Cartago. Le instaban a regresar inmediatamente a África. Después de pasar muchos años en Italia combatiendo, debía volver. Todo el esfuerzo que había hecho todos esos años era en vano. Él había puesto de rodillas a Roma en su propio territorio, y Giscón era incapaz de acabar con sólo dos legiones, sin duda era un inútil.

El consejo le envió barcos al sur de Italia. Y allí embarcó a su veterano ejército. Se alejó de aquella tierra y contempló por última vez cómo Italia se desvanecía en el infinito mar. Se dio cuenta de que no había podido cumplir con lo que quería su padre Amílcar. Debió de sentirse muy frustrado.

Magón también había sido llamado por Cartago. Tras recibir una derrota militar, el hermano de Aníbal embarcó y puso rumbo a su patria. En el viaje, murió a causa de una herida hecha con anterioridad. Las tropas desembarcaron en África sin su líder.

Aníbal desembarcó en Hadrumetum, y tuvo noticia de la muerte de su hermano. Ahora debía cargar con la pesada carga de la muerte de sus dos hermanos e intentar salvar Cartago. Se encontraba solo ya en el mundo, a excepción de Maharbal.

En el año 202 a.C. produciría el encuentro final entre Aníbal y Escipión. Ese año, era cónsul Tiberio Claudio Nerón, hijo del vencedor en Metauro, e iba a partir para África para enfrentarse a Aníbal conjuntamente con Escipión. Pero en alta mar, una tempestad truncó sus planes y se vio obligado a refugiarse. Escipión debería enfrentarse a Aníbal solo.

Aníbal preparó su ejército. Tenía a los mercenarios de Magón, ciudadanos africanos reclutados recientemente, y sus propios veteranos. Además poseía caballería púnica y caballería númida, aunque en número muy bajo. A todo esto, debemos sumar un contingente de 80 elefantes.

Escipión en su ejército, sólo disponía de las famosas legiones de Cannas, y los reclutas italianos. Además tenía el apoyo de la caballería romana de Lelio y la numerosa caballería númida del rey Masinissa.

Escipión se hallaba en las llanuras de Zama, y Aníbal fue directamente hacia él. Pero antes de que tuviera lugar aquella épica confrontación, Aníbal y Escipión se vieron las caras en una entrevista. Era de las pocas veces que un romano se encontraría personalmente con Aníbal.


En la entrevista, Aníbal solicitó un acuerdo. Era la primera vez que el general púnico rehuía el combate, algo insólito. Finalmente no hubo acuerdo, y la batalla tendría lugar el día siguiente.

Escipión formó en las tres clásicas líneas, con los hastati al frente, luego los principes y luego los triarii. El flanco izquierdo estaba guarnecido por la caballería de Lelio, y el flanco derecho por los jinetes númidas de Masinissa.

Aníbal formó de forma parecida, en tres líneas. Al frente los mercenarios, en el medio los reclutas africanos, y en la retaguardia sus veteranos. En el flanco izquierdo colocó a los jinetes númidas al mando de Tiqueo, partidario de Sífax, y en el derecho a la caballería púnica al mando de Maharbal. Al frente de todo el ejército, puso a los elefantes para que realizaran una carga inicial.

Así, los elefantes cargaron furiosamente contra las legiones. Cuando estaban a punto de arrollarles, los romanos abrieron anchos pasillos en sus formaciones desde vanguardia hasta retaguardia. Los elefantes, instintivamente, en vez de aplastar a los legionarios, usaron esos pasillos. Una vez dentro, los elefantes eran víctimas de innumerables proyectiles. Una parte de ellos sobrevivió y llegó hasta retaguardia, desde donde escaparon sin más de la batalla.

Aníbal contempló estupefacto cómo la carga de elefantes no había tenido el resultado que esperaba. Entonces comenzó el combate de caballería, ambos flancos se lanzaron a la vez unos contra otros. La superioridad romana en caballería hizo que los cartagineses no resistieran y se dieron a la fuga. Lelio y Masinissa se lanzaron a perseguir a los atemorizados jinetes.

Tras esto, comenzó el choque de infanterías. Aníbal mandó primero atacar con los mercenarios de Magón, que fueron derrotados y puestos en fuga. Después se lanzaron contra ellos los reclutas africanos, que también fueron puestos en fuga.

Sin embargo, estos dos ataques habían sido muy duros, y Escipión se vio forzado a ir alternando hastati, principes y triarii, haciendo que estos tres cuerpos de infantería acabaran agotados. Mientras, Aníbal atacó con sus frescos veteranos contra los cansados legionarios. Los romanos fueron cediendo terreno, pero luchando con fiereza y valentía, muchos de los tribunos de Escipión cayeron en batalla.

Cuando todo parecía perdido, Lelio y Masinissa regresaron con la caballería y atacaron a los veteranos por la espalda. Entonces Escipión ejecutó una maniobra envolvente con los triarii para atacarles por los flancos. Aníbal estaba totalmente rodeado por la misma estrategia que había usado él en Cannas. Además eran las propias legiones de Cannas las que le estaban causando la derrota. Para Aníbal todo estaba perdido. Únicamente logró abrir una brecha en el ejército para escapar a duras penas. La primera vez en su vida que había sido derrotado.


Después de la batalla, Cartago ya no tenía ni fuerzas ni voluntad para continuar la guerra. Su rendición era inminente. Comenzaron entonces las conversaciones entre los dos bandos, y finalmente se acordó la paz en el año 201 a.C., poniendo fin a la cruel y sangrienta segunda guerra púnica. Las condiciones para la paz fueron más duras que en la anterior contienda. Cartago debía renunciar a toda posesión fuera de África, también debía entregar toda su armada, acabando con su dominio marítimo. Al igual que en la paz de 241 a.C., Cartago haría frente a una fuerte indemnización de guerra, que debía ser pagada a plazos durante 50 años. Aceptarían a Masinissa como legítimo rey de toda Numidia. Finalmente, no podrían reclutar ningún ejército ni declarar la guerra a nadie, sin el permiso de Roma.

Por fin, la guerra había acabado, una guerra que dejó innumerables bajas en muchos países del Mediterráneo, viudas, huérfanos, tierras quemadas, ciudades destruidas. Una guerra de dimensiones épicas, y finalmente pasó lo que tenía que pasar: Roma vincit.

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