Han
pasado ya 50 años desde la paz del 201 a.C. El mundo es ya muy distinto al que
era hace cien años, antes de la primera guerra púnica. Ahora ya no existen en
todo el Mediterráneo potencias que puedan hacer frente a Roma, sólo
innumerables pueblos cuyo destino final sería integrarse en el emergente
imperio romano, tan sólo era cuestión de tiempo.
Por
estas fechas, nos encontramos aún vivos a dos protagonistas de la segunda
guerra púnica. El primero es Catón, que debutó como cuestor de las legiones de
Escipión en Sicilia, para convertirse después en su principal enemigo político.
Catón había sobrevivido durante aquellos 50 años, y seguía prestando servicio a
la República, al igual que Fabio Máximo. El anciano senador, ya era octogenario.
El
otro personaje es Masinissa. El famoso rey númida que ayudó a Escipión a
derrotar a Aníbal, seguía ejerciendo el cargo de rey a pesar de su avanzada
edad de casi 90 años. Durante todo su reinado, había estado atacando a la
debilitada Cartago, sin ejército para poder defenderse, los númidas extendían
cada vez más sus dominios hacia el este.
En
Roma, la gente estaba algo inquieta. Después de 50 años, Cartago había
terminado de pagar su deuda. Y su resurgir comercial no hacía más que despertar
temores. El pueblo quería eliminar de una vez por todas esa amenaza. Ellos no
lo vivieron, pero sus padres y abuelos seguramente les habían aterrorizado con
las historias de Aníbal, que estuvo a las mismísimas puertas de Roma, que
venció una y otra vez en Italia. Veían amenazado su nuevo imperio. Catón
reflejaba esta actitud popular en su famosa frase “Delenda est Carthago”, era
el principal impulsor de la idea de destruir Cartago, y solía terminar todos
sus discursos con esa frase.
Lo
cierto era que esa amenaza sólo existía en su cabeza, Cartago no estaba
capacitada ni lo más mínimo para reemprender una nueva campaña contra las poderosas
legiones de la República de Roma. Aun así, Catón y sus partidarios esperaban
impacientemente un pretexto para forzar a Roma a una nueva guerra final contra
Cartago.
En
África, los ataques del rey Masinissa estaban yendo demasiado lejos. Los cartagineses
no aguantaron más, y desobedeciendo uno de los puntos del pacto de 201 a.C.,
reclutaron un ejército para hacer frente a los númidas. Ya está, Catón ya tenía
su pretexto.
Cartago
aseguró que la ciudad no era responsable de aquel incidente, y suplicaban que
hubiera paz. Roma les exigió que les entregaran rehenes para asegurarse de su
lealtad, y así lo hicieron los cartagineses. Esto, no obstante, no bastó para
Catón, y convenció al Senado de enviar a los cónsules de aquel año, Lucio
Marcio Censorino y Manio Manilio, a África con un ejército.
Y
así se hizo, primero fueron hacia Lilibeo y desde allí desembarcaron en la
costa de África, tal y como lo hizo Escipión 50 años atrás. Los cartagineses
siguieron enviando embajadas para suplicar la paz. Se les pidió entonces que
les entregaran a ellos todas las espadas, lanzas, catapultas y cualquier
material de guerra que estuviera en la ciudad. Los cartagineses obedecieron y
lo entregaron todo. Roma, no satisfecha con esto, exigió además que los
ciudadanos de Cartago debían evacuar la ciudad, y volver a asentarse en otro lugar
que estuviera alejado de la costa, mientras que Cartago, una vez vacía, sería
destruida por los romanos.
Ésta
última exigencia ya fue la gota que colmó el vaso. El consejo de Cartago votó a favor de
declarar la guerra a Roma. Inmediatamente después, prepararon concienzudamente
las defensas de la ciudad, para el que iba a ser un largo asedio.
Finalmente
Catón lo había conseguido. Había logrado que Cartago les declarase la guerra,
en a año 149 a.C., la que iba a ser la tercera y última guerra púnica, y se iba
a cumplir su deseo de que aquella ciudad fuera destruida. Por desgracia, Catón
no vivió lo suficiente para verlo, murió aquel mismo año, a la edad de 85 años. Al
igual que Fabio Máximo, había servido a la República hasta prácticamente el
final de su vida.
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