Aníbal
necesitaba provocar a Roma, y pronto obtuvo lo que quería. Sagunto, una ciudad
situada en la actual Valencia, era aliada de Roma. Mantenía unas disputas con
una tribu ibera cercana, aliados de Cartago. Aníbal vio en ello un pretexto para
atacar Sagunto y conseguir la tan ansiada declaración de guerra. Atacar Sagunto
era una violación directa del tratado de paz entre Roma y Cartago. A pesar de
que la ciudad se situara al sur del Ebro y, por ende, dentro de la influencia
púnica, se especificó en el tratado que Cartago no debía atacar a ningún aliado
de Roma, y Sagunto lo era.
Aníbal
marchó sobre Sagunto en el año 219 a.C. y sometió la ciudad a un brutal asedio.
La ciudad estaba situada en una colina, con los flacos muy bien resguardados
por precipicios. La única entrada posible estaba protegida por una alta
muralla, pero aquello no importaba, nada podía ya frenar el destino de Aníbal. Se
emplearon grandes máquinas de guerra, escorpiones, que lanzaban proyectiles
sobre la atemorizada ciudad, y una torre de asedio, con el objetivo de asaltar
las murallas. Con estos instrumentos, la ciudad sufrió un lento desgaste. Debían
luchar contra los cartagineses y a la vez luchar contra el hambre, que cada vez
se agudizaba más. Finalmente, tras ocho meses de asedio, la ciudad cayó en
manos de Aníbal. Sagunto fue totalmente arrasada y sus habitantes murieron cruelmente.
El
Senado de Roma, furioso por esta ofensa hacia un aliado suyo, decidió enviar a
Cartago una embajada para pedir explicaciones. A la cabeza de tal embajada se encontraba
el veterano senador Quinto Fabio Máximo, que sería una pieza clave en la guerra
que se avecinaba. La embajada navegó hasta Cartago y fue recibida por el
consejo. Máximo preguntó si querían paz o guerra, y los senadores cartagineses
respondieron que fuera Roma quien lo decidiera. Máximo eligió la guerra, y
marchó aquel lugar entre los abucheos, sin ser estorbado. Así, la segunda guerra
púnica comenzó aquel 218 a.C.
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