lunes, 6 de agosto de 2012

La batalla de Cannas

Aquel 216 a.C. se celebraron elecciones, como cada año. Salieron elegidos cónsules Marco Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo. El pueblo vio en ellos la esperanza para terminar con esta guerra. Aquel año hubo un entusiasmo general. Se hizo una leva masiva de tropas, reuniendo algo más de 80.000 hombres, 8 legiones completas con sus respectivas tropas aliadas. Una colosal fuerza con la que los romanos se sentirían seguros. La alta aristocracia romana también estaba entusiasmada con el nuevo ejército. Muchos miembros de familias patricias y senadores querían alistarse. Nadie quería perderse la oportunidad de participar en el futuro éxito militar contra Aníbal. Incluso Escipión hijo formaba parte del ejército como tribuno. El pueblo tenía esperanza. Ambos cónsules, salieron de Roma con la intención de salir victoriosos, y tras ellos, 80.000 romanos e italianos les seguían con paso firme y decidido.

Aníbal se encontraba muy al sur de Roma, intentando desbaratar la red de alianzas que poseía Roma por toda Italia, cuando se enteró de lo que se le echaba encima. Se trataba de todo un reto, él sólo disponía de alrededor de 40.000 hombres. Los romanos le doblaban en número, pero él debía vencer igualmente. Aníbal atacó la ciudad de Cannas con el objetivo de atraer sobre sí aquellas 8 legiones. Lo consiguió. El colosal ejército romano acampó a las afueras de aquella ciudad.

Emilio Paulo y Varrón tenían el mando compartido del ejército, esto es, que se alternaban cada día el mando. Emilio Paulo era un hombre prudente, y más cercano a las tesis de Fabio Máximo de no enfrentarse contra Aníbal, mientras que Varrón deseaba entrar inmediatamente en combate. Sólo podría haber un enfrentamiento contra Aníbal los días que Varrón tuviese el mando, y así fue.

La mañana del 2 de agosto de 216 a.C. ambos ejércitos estaban formados en las llanuras de Cannas. Los romanos con sus 8 legiones formando en bloque y con la caballería protegiendo los flancos. Aunque esta vez, Varrón había colocado a los manípulos inusualmente más juntos entre sí, todo el ejército estaba más apretado, reduciendo su maniobrabilidad. El ejército cartaginés formaba con la infantería gala e ibera en el centro y la infantería africana a los flancos. Y junto a ellos, la caballería. Todo el ejército estaba encajonado en el río Aufidus, con la idea de que los romanos no les sobrepasaran los flancos empleando su superioridad numérica. La infantería gala e ibera estaba más adelantada respecto a los africanos, tomando el ejército forma de curva. 

La batalla comenzó, las caballerías se enzarzaron en un encarnizado combate desigual. El flanco izquierdo romano, comandado por Varrón aguantaba la embestida de los jinetes, debido a su superioridad numérica. No así en el flanco derecho, comandado por Emilio Paulo, más débil que el izquierdo, cedió al empuje de la caballería enemiga.

Entretanto, la infantería del centro empezó a combatir. Como era esperable, la brutal fuerza de los 80.000 hombres era difícil de contener. Sólo habían entrado en combate los iberos y los galos, mientras que los africanos permanecían en reserva. El centro púnico retrocedía, y lo que antes tenía forma de curva, con el centro hacia adelante y los flancos atrasados, se invirtió, con el centro más atrasado que los flancos. Los manípulos, sin apenas espacio para maniobrar, empezaron a apelotonarse los unos contra los otros, dando como resultado una gran maraña de soldados.

En el flanco derecho romano, la caballería púnica había puesto en fuga a los jinetes romanos. Y en vez de perseguirles, recorrieron toda la retaguardia romana hasta llegar al flanco izquierdo, donde luchaba Varrón, y le atacaron por la retaguardia. La caballería romana de ese flanco también emprendió la huida, tras lo cual, se fueron directamente a atacar la retaguardia de las legiones.

Al mismo tiempo, los africanos entraron en combate y atacaron por los flancos. Pronto, todo aquel formidable ejército romano quedó atrapado en un círculo mortal. No hubo piedad. Uno a uno, fueron masacrando a todos los soldados romanos que podían.


Varrón pudo escapar con los supervivientes de la caballería. En cambio, el cónsul Emilio Paulo, murió luchando heroicamente, aún cuando tuvo oportunidad de escapar. En medio de aquel caos, se encontraba Escipión hijo, quien organizó a los pocos soldados que quedaban, y los lanzó contra una parte del ejército enemigo, abriendo una brecha que les permitió escapar.


Hubo entre 50.000 y 70.000 bajas en el bando romano. Fue toda una masacre. Alrededor de 10.000 hombres lograron escapar, la mayoría de ellos con Escipión hijo, y otros 10.000 fueron hechos prisioneros. Aunque las cifras son muy discutidas por los historiadores.

Escipión hijo reorganizó a los supervivientes y los llevó hacia el norte, de vuelta a Roma. Donde la noticia fue recibida con una mezcla de sorpresa y amargura. Decenas de miles de familias romanas e italianas no volverían a ver a sus seres queridos, y lo que era peor, se había perdido ya la esperanza de ganar la guerra contra Aníbal. La rendición de Roma era ya tan sólo cuestión de tiempo. 


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