miércoles, 1 de agosto de 2012

Matrix y Descartes

¡Saludos de nuevo, lector! Aprovecho esta pausa en el desarrollo de las guerras púnicas, para introducir un nuevo tema relacionado con la filosofía. Se trata algo muy difícil de llevar a cabo, diferenciar entre lo real y lo irreal. Lo verdadero y lo falso.

Yo pregunto, ¿usted cómo sabe que las cosas que le suceden cada día son reales? ¿Está tan seguro de ello? Ciertamente, resulta una realidad tan evidente, que muchos ni siquiera se plantean esas cuestiones. Todas esas cosas, lo que vemos, lo que oímos, lo que sentimos, etc. Y en definitiva, toda la información del mundo exterior usa un único vehículo para llegar hasta nosotros: los sentidos. Vista, oído, gusto, tacto y olfato. Son nuestras conexiones con el exterior. Si naciésemos sin ellas, estaríamos totalmente aislados. Imagíneselo por un momento. No podríamos llegar a ningún conocimiento, ni siquiera podríamos pensar, porque no conoceríamos las palabras. E incluso cabe que no fuésemos capaces de percibir nuestra propia existencia.

Podemos encontrar un caso similar a éste en los sordociegos de nacimiento. Vivimos en una sociedad donde los dos sentidos fundamentales sin los cuales usted estaría totalmente incapacitado para guiarse son la vista y el oído. La pérdida de uno de ellos supone un grave contratiempo, que puede ser subsanado por los actuales avances, junto con el hecho de que los demás sentidos pueden llegar a suplir esta carencia. Sin embargo, si faltan los dos, la cosa cambia. La persona sordociega se vuelve totalmente dependiente de otros que no lo son. Por suerte, ellos sí que pueden llegar a algún conocimiento, pues poseen aún el tacto, el gusto y el olfato. También pueden intuir su propia existencia y la existencia de otros entes similares a él, pero se perdería muchas de las cosas que nos ofrece la vida.

Viendo este caso, nos hacemos eco de la inmensa importancia que tienen los sentidos en nuestra vida. Nos informan de lo que sucede, y así diferenciamos entre lo real y lo irreal. Eso sí, suponiendo como válido este canal de información. El problema viene ahora, ¿es realmente válido? Actuamos como si así fuera, pero no lo es. La información que captan los sentidos, se transmite en forma de impulsos eléctricos a través del sistema nervioso hasta nuestro cerebro, que lo interpreta y lo transforma en una sensación, que puede ser sonido, imagen, etc. Y todo esto que recibimos a través de las neuronas lo consideramos real. ¿Han visto la película Matrix? Quienes la hayan visto, recordarán la escena donde Morfeo le explica a Neo qué es Matrix. Y le dice la frase:

“¿Qué es real? ¿De qué modo definirías real? Si te refieres a lo que puedes sentir, lo que puedes oler, lo que puedes saborear y ver, lo real podrían ser señales eléctricas interpretadas por tu cerebro.



En efecto, Morfeo ha dado en el clavo. Nuestras sensaciones no son más que señales eléctricas que interpreta nuestro cerebro, nada más. No son pruebas de una existencia más allá de nosotros, ¿o tal vez sí?

Podemos ver el caso de gente con problemas mentales, que ve y oye cosas que no existen, o de drogas alucinógenas, que causan este mismo efecto. Aquí, tenemos una señales eléctricas cuyo origen no está en lo que se percibe del exterior, sino en otros factores, por lo tanto son señales falsas que no nos dicen qué es lo real.

Y visto todo esto, ¿cómo sé yo que el mundo exterior existe? ¿Cómo sé si no estoy en un mundo virtual generado por ordenador? ¿Cómo sé si las personas que amo son reales? Y, en última instancia, ¿cómo sé si yo soy real?

A la última pregunta, tuvo la gentileza de contestar el filósofo francés René Descartes en el siglo XVII. Yo recibo información del exterior, no sé si esa información es buena o es mala, pero sé que la estoy recibiendo, si la recibo, significa que existo. EUREKA!! YO EXISTO. Descartes reflejó esta máxima en su famosa frase “Pienso, luego existo”. Este avance fue fundamental, todo un logro en la filosofía. Había un conocimiento al que podíamos llegar sin tener que confiar en los sentidos, estábamos seguros de nuestra existencia, lo que Descartes conocía como res cogitans. Pero ahora debemos ir más allá.


¿Cómo demuestro la existencia del mundo exterior? Lo que Descartes llamaba res extensa. Sin duda, aquí yo he tropezado con una montaña insalvable. Descartes lo demostró, aunque creo que aquí patinó un poco, su demostración no me parece buena, y además parte de premisas que no tienen por qué ser ciertas, si les interesa busquen más información sobre Descartes, pero yo no voy a hablar aquí de ello.

Este problema lo llevo meditando años, sin llegar a ninguna conclusión. Finalmente, me di por vencido. Comprendí que creer a los sentidos era un acto de fe. Y no tenía más remedio que confiar en ellos, pues reales o no, eran mi única guía en este mundo.

Hasta que un día se me ocurrió una idea un poco disparatada. Se me ocurrió que las cosas irreales, a lo mejor no existían. Todo existe, incluso los unicornios. Establecí que había distintos niveles de existencia. Pues, por ejemplo, si tengo una alucinación, soy víctima de unos impulsos eléctricos que no me muestran lo que hay en el exterior, pero en sí son reales, son impulsos eléctricos. O, usando otro ejemplo, si tomamos el mundo de Matrix, nos damos cuenta de que, al contrario de lo que se dice en la película, Matrix es real. Se trata de un mundo virtual dentro de un ordenador. Un conjunto de ceros y unos, programado por el Arquitecto, entonces es real. Lo qué sí se puede decir es que es menos real que el mundo exterior. Por otro lado, se puede decir que los unicornios son reales, porque están en la mente de las personas, son también impulsos eléctricos. Todos estos casos son ejemplos de niveles de realidad inferiores.

Sin embargo, establecer de manera fiable cómo están distribuidos esos niveles de realidad y clasificar las cosas en consecuencia, sería una tarea difícil, para la que yo aún no he encontrado solución. Ahora entra en juego usted, yo he llegado hasta aquí, y si usted puede continuar construyendo esta torre que he comenzado, y que antes de mí comenzaron Descartes y otros tantos filósofos, le animo a que lo haga, y que avancemos juntos en el conocimiento. 

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