lunes, 6 de agosto de 2012

Trasimeno y la dictadura de Fabio Máximo

Roma estaba sumida en una profunda crisis. La derrota de Trebia fue un ataque directo a la moral romana. Había que detener a Aníbal como fuera. El nuevo año llegó, y con él las elecciones. Fueron elegidos como cónsules aquel año Cayo Flaminio y Cneo Servilio Gémino. Tomaron entonces el mando de la guerra contra Aníbal. Cada cual recibió un ejército consular y se lanzaron hacia el norte.

Aníbal ya se encontraba en Etruria y a poca distancia del ejército de Flaminio. Éste era un buen político, pero militar mediocre. Fue en busca de Aníbal sin esperar a reunir sus fuerzas a las de Servilio.

Una mañana de junio de 217 a.C., Flaminio marchaba con sus tropas, bordeando el lago Trasimeno. Ese día había una intensa niebla, por lo que la visibilidad era casi nula. De repente, flechas, dardos, jabalinas y todo tipo de proyectiles empezaron a emerger de la nada. Después emergieron soldados, que se lanzaron sin piedad contra ellos. El ejército romano estaba atrapado entre el lago y los guerreros cartagineses. La batalla estaba perdida nada más empezar. El cónsul Flaminio luchaba con valentía, pero totalmente rodeado, no podía hacer nada, ni siquiera para escapar. Él, al igual que la mayoría de sus soldados, cayó en el campo de batalla. Algunos legionarios intentaron escapar nadando por el lago. Muchos de ellos morían ahogados por el peso de sus armaduras o atravesados por las flechas que se lanzaban desde la orilla. Pronto todo el lago se tiñó de rojo, de sangre romana. Los supervivientes fueron hechos prisioneros, y muy pocos escaparon, la derrota fue total.


Las noticias que llegaban a Roma fueron demoledoras. La moral romana se hundió por los suelos. La ciudad se hallaba sumida en una especie de histeria colectiva, de la que el propio Senado no era indiferente. Ya no sabían qué hacer, todos los ejércitos que habían mandado contra Aníbal fracasaron. Fue entonces cuando el viejo senador Quinto Fabio Máximo mantuvo la calma y la cabeza fría. Los senadores, desesperados, vieron en él el camino para la salvación. Tomaron una decisión extraordinaria, nombrar a Fabio Máximo dictador por un plazo de seis meses, y Quinto Minucio Rufo fue elegido magister equitum, desplazando del poder al aún cónsul Servilio.

Fabio Máximo recibió el mando de cuatro legiones (dos ejércitos consulares completos), y puso en práctica su propia estrategia para acabar con Aníbal. Sabía que no podría derrotarle en una batalla campal, como se había demostrado en dolorosas anteriores ocasiones. De modo que comenzó una política de no enfrentamiento. Se dedicaba a perseguir a Aníbal, evitando entrar en combate. Le cortaba las líneas de suministros, le dificultaba el paso, quemaba tierras romanas para que Aníbal no pudiera hacer uso de ellas. En definitiva una guerra de desgaste lento. Hasta ahora, esta política era la que más efecto había surtido sobre Aníbal, que empezaba a ver cómo su ejército se debilitaba. Sabía que no se enfrentaba a un cualquiera, como lo hizo en Trebia o Trasimeno. Este hombre era distinto, no se le engañaba con facilidad.


En una ocasión, incluso estuvo a punto de derrotar a Aníbal. Éste, en un fallo estratégico por su parte, se había metido en un estrecho valle, totalmente rodeado por las tropas romanas. Fabio Máximo estuvo a punto de ejecutar su venganza en nombre de Roma, cuando el ingenio de Aníbal se interpuso en su camino. El general púnico ordenó en plena noche atar antorchas en unas reses y lanzarlas directamente contra el ejército romano. En medio de la noche, Fabio Máximo los confundió con tropas cartaginesas que se dirigían hacia ellos. Cuando se dio cuenta, Aníbal ya había escapado con su ejército.

El Senado, impaciente y harto de esta política de no enfrentamiento, deseaba un cambio en el rumbo de la guerra. Sabían que el magister equitum, Minucio Rufo, era más favorable a enfrentarse de una vez por todas con Aníbal. Así que hicieron una pequeña triquiñuela legal. Elevaron los poderes del magister equitum al de dictador. De esa manera, Fabio Máximo y Minucio Rufo eran como dos cónsules de facto. El ejército se dividió. Minucio Rufo tomó sus dos legiones y fue directamente contra Aníbal.

El temerario magister equitum se enfrentó con Aníbal, y como era de esperar, no estaba venciendo. Iba a tener otra derrota completa como la de Trebia o Trasimeno. Sin embrago, cuando menos lo esperaban, apareció Fabio Máximo con sus dos legiones. Aníbal no se arriesgó, y realizó una retirada táctica por prudencia. Fue una victoria romana muy relativa y para nada decisiva, pero era el mejor resultado que habían tenido los dos últimos años contra Aníbal.

Desde aquel suceso, Minucio Rufo no cuestionó la actuación militar de Fabio Máximo, y su política de no enfrentamiento se mantuvo hasta el final de su dictadura. 

En contrapunto a toda esta dramática situación que estaban sufriendo los romanos a causa de Aníbal, encontramos a Hispania. Aquel año el recién nombrado procónsul de Hispania, Escipión padre, que se había recuperado de sus heridas de Tesino, desembarcó en Hispania y se unió a su hermano Cneo. Éste ya había hecho algunos progresos. Logró la lealtad de muchas de las tribus iberas del norte del Ebro, e incluso derrotó a una armada púnica en la desembocadura del río Ebro. Juntos, Publio y Cneo Cornelio Escipión iban a conseguir grandes victorias en Hispania… o eso creían ellos…


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